En el
Antiguo Testamento, el profeta (cfr. Ez 47, 1-9.12) tiene una visión en la que desde el templo de Dios
comienza a brotar agua, una agua pura y vivificadora, que da vida a todo lo que
toca. El agua esta comienza a surgir levemente, para luego convertirse en un
torrente impetuoso. A la orilla de los cauces por donde circula esta
maravillosa agua, crecen árboles que están frondosos en todo tiempo y que dan
frutos exquisitos.
Estas
aguas y la figura en su totalidad, es imagen del Corazón traspasado de Cristo
en la Cruz, de donde brota el Agua, junto con la Sangre, que es la gracia
santificante. El Agua que brota del Corazón de Cristo traspasado en la Cruz es
un agua purificadora, que vivifica las almas con la vida misma de Dios, porque esta
Agua purificadora es la gracia santificante. Jesús es el Templo Viviente del
Dios Altísimo y de su seno eterno brota el agua que da vida a las almas y que
se transmite por medio de los sacramentos. Acerquémonos a los sacramentos, y
así seremos purificados por el agua pura, la gracia sacramental, que brota a
raudales del Templo del Dios Altísimo, el Corazón traspasado del Cordero en la
Cruz.
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