(Domingo
XII - TO - Ciclo A – 2020)
“Si alguien me niega delante de los hombres (…) si alguien
me reconoce delante de los hombres” (Mt 10, 26-33). Jesús da una clara
advertencia acerca de lo que ocurre si negamos a Jesús delante de los hombres o
si, por el contrario, damos testimonio de Él: en el primer caso, Él nos negará
delante de su Padre; en el segundo caso, Él nos reconocerá delante de su Padre
como discípulos suyos. Esto no es de menor importancia, porque el
reconocimiento o no de Jesús delante del Padre, en el Día del Juicio Final,
determinará nuestro destino eterno: si lo negamos, nuestro destino será la
eterna condenación; si lo reconocemos, nuestro destino será la eterna salvación
en la bienaventuranza del Reino de los cielos.
¿De qué manera lo reconocemos o lo negamos? Lo negamos
cuando, movidos por demasiados respetos humanos, callamos cuando su Ley divina
es pisoteada, o cuando su Nombre es blasfemado, o cuando su Persona divina es
ultrajada. Por ejemplo, hace unos días, salió una noticia según la cual una
obra de teatro representaría a Jesús como travesti; día a día, abundan las noticias
acerca de las profanaciones a templos católicos o rupturas o decapitaciones de
imágenes sagradas; todos los días, salen leyes o proyectos de leyes que
propician el aborto; todos los días el criminal régimen comunista chino
persigue a la Iglesia clandestina y a los verdaderos católicos y así podríamos seguir con innumerables ejemplos,
que suceden no un día ni un dos, sino todos los días. Si callamos frente a
estos atropellos cometidos contra Dios, contra sus templos, contra sus fieles,
entonces estamos negando a Dios delante de los hombres por, más que excesivos respetos
humanos, por temor y cobardía frente a los hombres. Si así obramos, Jesús nos
negará delante de su Padre el Día del Juicio Final. Por el contrario, si
hacemos frente a estos atropellos cometidos contra Dios y su Mesías y los
denunciamos ante los hombres, reconociendo que el Único Salvador y Mesías es Cristo
Dios encarnado, entonces Jesús nos reconocerá delante de su Padre en el Juicio Final
y nos haremos merecedores del Reino de los cielos. Debemos estar convencidos
que el ser cristianos implica estar dispuestos a abandonar -tal vez para siempre,
en lo que queda de nuestra vida terrena-, la cómoda posición burguesa que
consiste en creer que ser cristianos consiste en asistir a Misa los domingos y
dar limosna de vez en cuando. No, ser cristianos implica el estar dispuestos a
arriesgar la vida propia en defensa del Nombre de Cristo, si esto es necesario.
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