“Si
tu ojo o tu mano son ocasión de pecado, córtatelos” (cfr. Mt 5, 27-32). Es
obvio que cuando Jesús dice que si el ojo es ocasión de pecado hay que
arrancarlo, o que si la mano es ocasión de pecado, hay que cortarla, no lo está
diciendo en forma literal, sino figurada, metafórica. Lo que Jesús nos quiere
hacer ver es la importancia negativa que tiene el pecado, porque no solo nos
impide la entrada en el Reino de los cielos, sino que nos abre las puertas del
Infierno. En efecto, el que peca, no sufre ningún daño en sus miembros, pero va
con todo su cuerpo y toda su alma al Infierno, a la eterna condenación. En
cambio, el que mortifica la mirada, por ejemplo –a esta mortificación de la
vista se refiere Jesús cuando dice que “si el ojo es ocasión de pecado,
arráncatelo”-, luego va con su vista mortificada al Cielo, en donde gozará por
la eternidad de un cuerpo glorioso, resucitado y perfecto.
“Si
tu ojo o tu mano son ocasión de pecado, córtatelos”. El consejo de Jesús, por
fuerte que pueda parecer y en efecto lo es, tiene por objetivo el advertirnos
acerca de las gravísimas consecuencias que tiene el pecado para la vida eterna,
pues una vista o una mano que se entregan al pecado, son la puerta abierta para
la eterna condenación en el Infierno. Al mismo tiempo, la advertencia de Jesús
nos hace ver cuán valiosa es, tanto la mortificación -mortificar la vista,
privándonos de ver cosas pecaminosas-, como la realización de obras buenas, ya que
una mano que se dedica a obrar la misericordia y no a cometer el mal, irá con
todo el cuerpo al Reino de los cielos. Por esta razón, mortifiquemos la vista, y
una forma de hacerlo es no solo no mirar cosas malas, sino mirar cosas buenas,
como alguna imagen de la Pasión, por ejemplo; además, no nos limitemos a solamente
no obrar el mal con las manos, sino que utilicemos las manos para obrar la
misericordia, empezando con los más necesitados. De esta forma, iremos con todo
nuestro cuerpo y con toda nuestra alma, al Reino de Dios, por toda la
eternidad. Por una breve mortificación en el tiempo -lo que dure nuestra vida terrena-,
nos ganaremos una eternidad de felicidad celestial.
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