Relicario del Milagro Eucarístico de Bolsena.
(Ciclo
A – 2020)
El Cuerpo y la Sangre de Cristo son tan esenciales a la vida
de la Iglesia, como lo es el alma para el cuerpo: sin el Cuerpo y la Sangre de
Cristo -esto es, la Eucaristía-, la Iglesia no tiene ni alma ni vida; es un
organismo inerte, humano, sin vida celestial, divina y sobrenatural. Para que nosotros
nos formemos una idea y además nuestra fe sobre la Eucaristía se acreciente y
fortalezca, es que la Santísima Trinidad realizó, hace siglos, un milagro
eucarístico asombroso, que fue el que dio origen a la solemnidad del Cuerpo y
la Sangre de Cristo que la Iglesia celebra desde entonces.
La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo se originó por
un milagro eucarístico ocurrido en la iglesia de Santa Cristina, en la
localidad de Bolsena, Italia, en el año 1263[1]. Sucedió que un sacerdote,
Pedro de Praga, se encontraba fuertemente atacado por dudas de fe, en lo relativo
a la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.
Estando este sacerdote celebrando la Santa Misa, luego de pronunciar las
palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, vio con
asombro cómo la Hostia recién consagrada se convertía en un trozo de músculo
cardíaco vivo, del cual manaba abundante sangre, la cual era tanta, que se
vertió sobre el cáliz y lo rebasó, manchando el corporal. El sacerdote,
conmocionado por el milagro, envolvió el músculo cardíaco sangrante con el
corporal, para llevarlo a la sacristía y en el hecho, se derramó un poco de
sangre sobre el pavimento de mármol, impregnándose el mismo con la sangre, convirtiéndose
en una de las reliquias del milagro que aun hoy pueden observarse. Otro fenómeno
que ocurrió dentro del milagro, fue que se convirtió en músculo cardíaco
sangrante la parte de la Hostia consagrada que no estaba tocando con los dedos
el sacerdote; la parte que tocaba el sacerdote con sus dedos, permaneció como
pan, y esto para hacernos ver que la Hostia consagrada es el Cuerpo y la Sangre
de Nuestro Señor Jesucristo. A partir de este maravilloso milagro, con el que
el Cielo nos confirmó que lo que la Iglesia enseña -esto es, que por el milagro
de la transubstanciación, producido en la consagración, la substancia del pan
se convierte en el Cuerpo de Cristo y la substancia del vino en su Sangre-, es total
y absoluta verdad.
Ahora bien, no necesitamos un nuevo milagro eucarístico,
que sea observable sensible y visiblemente, como el de Bolsena, para que
creamos que en cada Santa Misa el pan se convierte en el Cuerpo y el vino en la
Sangre de Nuestro Señor Jesucristo: es suficiente con que haya ocurrido una vez
en la historia, para que nuestra fe en la Eucaristía no sólo no decaiga, sino
que se haga cada vez más fuerte y esto implica saber y creer que en cada Santa
Misa, aunque no lo veamos sensiblemente, ocurre el milagro de la transubstanciación,
milagro por el cual el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino en su
Sangre. Pidamos la gracia de que nuestros corazones sean como el pavimento de
la Iglesia del milagro, el cual quedó impregnado con la sangre del milagro: que
al comulgar la Sagrada Eucaristía, esto es, al consumir el Sacratísimo Cuerpo
del Señor y al beber su Preciosísima Sangre, se impregne nuestra alma y todo
nuestro ser con el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
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