(Domingo
XIII - TO - Ciclo A – 2020)
“El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí” (Mt 10, 37-42). Entre los hombres, sucede
con frecuencia que un discípulo es digno de su maestro si, por ejemplo, ha
leído todas sus obras, en el caso de que sea un escritor. En el
caso de Cristo, es digno de Cristo sólo quien toma su cruz de cada día y lo
sigue. No hay libros para leer para ser discípulos dignos de Cristo, o, en todo
caso, sí hay un libro y ése libro es el Libro de la Cruz -Libro en el que está contenido otro libro, la Sagrada Escritura-, en donde se encuentra
escrito, con la Sangre de Cristo que empapa el madero de la Cruz, todo lo que
se necesita saber para entrar en el Reino de los cielos, para salvar el alma y
evitar la eterna condenación. Es decir, así como entre los hombres, un
discípulo se vuelve digno de su maestro, tanto más cuanto más lee y profundiza
en sus obras, así el cristiano se vuelve tanto más digno de Cristo cuanto con
más amor abrace la cruz, pero no un día ni dos, sino todos los días; además, no
basta con abrazar la cruz, sino “seguir” a Cristo, tal como lo dice el mismo
Cristo: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí”.
La razón última es que Cristo es inseparable de la cruz, así
como la cruz es inseparable de Cristo. No se puede concebir a un Cristo sin
cruz, como tampoco se puede concebir a una cruz sin Cristo. La cruz de Cristo y
Cristo en la cruz es el Camino Único para llegar más allá del Reino de los
cielos, el seno de Dios Padre. Es por esto que quien no abraza la cruz y sigue
a Cristo, no puede, de ninguna manera, alcanzar la bienaventuranza eterna. No es
fácil ni sencillo tomar la cruz, abrazarla con amor y seguir en pos de Cristo:
como Jesús mismo le dice a Santa Margarita María de Alacquoque, la cruz es
primero un lecho de flores para las almas castas que lo siguen, pero esas
flores luego caen para dejar al descubierto las espinas, que hacen que el alma
que ama verdaderamente a Cristo participe de sus dolores, padecimientos y
sufrimientos en la cruz. La cruz, en definitiva, no es entonces un lecho de
flores, sino un madero pesado, cubierto de espinas y empapado en la Sangre del
Cordero y es a esta cruz a la que hay
que tomar cada día para ser dignos de Cristo Jesús. Pero como dijimos, no basta
solo con tomar la cruz: hay que abrazarla con amor, como Jesucristo la abrazó
con amor y hay que seguir en pos de Cristo, puesto que Cristo marcha delante
nuestro, señalando con sus pasos ensangrentados, el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, que nos lleva a algo
infinitamente más grande y hermoso que el mismo Reino de los cielos y es el
seno de Dios Padre.
“El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí”. Así como
no hay Cristo sin cruz y así como no hay cruz sin Cristo, tampoco hay
cristianos sin Cristo crucificado. Un cristiano que no abrace la cruz en la que
está Cristo crucificado, no es cristiano; lo es sólo de nombre, pero no en la
realidad. Es necesario, de necesidad absoluta, para ser cristiano, el abrazar
la cruz, el abrazar a Cristo que está en la cruz, para compartir con Él sus
dolores, sus penas y sus lágrimas, con las cuales redimió al mundo. Sólo de
esta manera, sólo abrazando, adorando y amando la cruz y a Cristo crucificado,
se es digno discípulo del Hombre-Dios.
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