Jesús
expulsa a los demonios a la piara de cerdos (Mt 8, 28-34). Al llegar Jesús
a la región llamada “de los gadarenos”, le salen al encuentro dos endemoniados.
Jesús, con el solo poder de su palabra, los expulsa inmediatamente de los cuerpos
a los que habían poseído y los envía a una piara de cerdos, los cuales se
precipitan en el mar y se ahogan.
La
escena del Evangelio nos muestra, entre otras cosas, dos elementos: por un
lado, la existencia de los ángeles caídos y cómo estos ángeles caídos buscan y
logran, efectivamente, poseer los cuerpos de los seres humanos. Es decir, el
Evangelio nos muestra la realidad de la posesión demoníaca, hecho preternatural
por el cual los demonios se apoderan de los cuerpos de los hombres, aunque no
de sus almas, las cuales permanecen libres. En la posesión demoníaca, el
demonio toma el control -de manera injusta e inclemente- del cuerpo del hombre,
como un remedo de la inhabitación trinitaria en el alma del justo. Es decir,
así como Dios inhabita en el alma del que está en gracia, así el demonio toma
posesión, para controlarlo a su antojo, del cuerpo del hombre. Entonces, mientras
Dios Trino inhabita en el alma, el demonio se apodera del cuerpo. La diferencia
no es sólo el lugar en el que están Dios y el demonio en relación al hombre -Dios
en el alma y el demonio en el cuerpo-, sino en que, cuando Dios Trino inhabita
en el alma del justo, lo hace con todo derecho y justicia, puesto que Dios es
el Creador, el Redentor y el Santificador del hombre, por lo que su
inhabitación es un derecho divino; la diferencia con la posesión demoníaca es
que el demonio toma, a la fuerza y sin derecho alguno, el cuerpo del hombre,
para imitar la inhabitación trinitaria en el alma. Esto lo hace por que el
demonio es “la mona de Dios”, como dicen los santos, y así como el simio imita
al hombre sin saber lo que hace, así el demonio imita a Dios Trino poseyendo el
cuerpo del hombre, pero no para colmarlo de dicha y felicidad, como en el caso
de Dios, sino para someterlo a toda clase de sufrimientos, con el doble objetivo
de ser adorado por el hombre poseído y luego llevarlo con él al infierno
eterno.
La
otra verdad que nos muestra este Evangelio es la condición de Jesús de ser Dios
en Persona, porque sólo Dios en Persona, que es el Creador de los ángeles,
tiene la fuerza necesaria para expulsar al demonio del cuerpo de un hombre con
el solo poder de su voz. En la voz de Jesús de Nazareth, los demonios reconocen
la voz del Dios que los ha creado y que ahora los expulsa de los cuerpos que ellos
ilegítimamente han poseído.
Entonces,
la posesión demoníaca existe y no debe ser confundida con una enfermedad
psiquiátrica -quien hace esto desconoce tanto la posesión demoníaca como la
ciencia de la psiquiatría médica- y, por otro lado, el Único que puede librar
al hombre de la esclavitud del demonio, es Cristo Dios. Y también su Madre, la
Virgen, quien por designio divino participa de la omnipotencia divina y, en vez
de expulsar a los demonios a una piara de cerdos, les aplasta la cabeza con su
talón y es por esto que los demonios y el infierno entero, ante el nombre de María Santísima, se estremecen de terror.
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