“Amen
a sus enemigos” (Lc 6, 27-38). Jesús nos da un mandato en relación al prójimo
que, por alguna razón, es nuestro enemigo: debemos “amarlo”. Ahora bien, este
mandato existía en la Antigua Ley, con lo cual podemos pensar que Jesús
simplemente está convalidando algo que ya existía. Sin embargo, el mandato de
Jesús es radical y substancialmente distinto al de la Antigua Ley, por lo que
se puede considerar que es un mandamiento verdaderamente nuevo. Es decir, hay
diferencias entre el mandato del Antiguo y el del Nuevo Testamento. ¿Cuáles son
esas diferencias? Ante todo, el concepto de “prójimo”: antes de Jesús, el
prójimo era solo el que compartía la raza y la religión; a partir de Jesús, el
prójimo es cualquier ser humano, por el solo hecho de ser ser humano, independientemente
de su raza y religión; otra diferencia es el amor con el que hay que amar al prójimo
que es enemigo: antes de Cristo, se debía amar con el solo amor humano; a
partir de Cristo, el cristiano debe amar a su prójimo que es enemigo, con un
amor que no es el amor meramente humano, sino con un amor divino, que es el
Amor con el que Jesús nos amó desde la Cruz y este Amor es el Amor de Dios, el
Espíritu Santo.
“Amen
a sus enemigos”. El cristiano debe amar a su enemigo no solo porque Jesús lo
ordena, sino porque solo de esa manera se configura verdaderamente con el
Corazón de Cristo, ya que solo así no solo imita a Cristo que nos ama a nosotros
desde la Cruz, siendo nosotros sus enemigos, sino que participa de este Amor
del Sagrado Corazón, con lo cual el cristiano se convierte, unido a Cristo y a
su Amor, en corredentor de la humanidad.
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