“Mi
madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en
práctica” (Lc 8, 19-21). La Virgen y los primos de Jesús van a buscarlo,
pero no pueden llegar a Él, debido a que está impartiendo sus enseñanzas y hay
mucha gente rodeándolo. Entonces la Virgen envía a alguien a avisarle que están
Ella y sus primos esperándolo y quieren verlo: “Tu madre y tus hermanos están
allá afuera y quieren verte”. La respuesta de Jesús, si es analizada superficialmente,
puede dejar un poco sorprendidos, porque en su respuesta, en apariencia,
desvaloriza o da poca importancia a su Madre y a su familia biológica, en
detrimento de quienes cumplen la voluntad de Dios. En efecto, en la respuesta
de Jesús, pareciera como si hubiera un menoscabo, tanto de su Madre como de sus
primos: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y
la ponen en práctica”. Sin embargo, esto no es así: Jesús no menoscaba en ningún
momento a su familia biológica y mucho menos a su Madre, puesto que su Madre es
la Primera en cumplir, de modo ejemplar, la voluntad de Dios. Es decir, la
Virgen, su Madre biológica, es la primera en escuchar la Palabra de Dios y ponerla
en práctica y esto se ve desde la Anunciación, en donde la Virgen escucha la
Palabra de Dios que le anuncia el Arcángel y con su “Sí” la pone en práctica,
ya que la Palabra de Dios debía encarnarse en su seno virginal y Ella, al dar
el “Sí”, permite la Encarnación de la Palabra. Entonces, no hay nadie que escuche
con mayor atención y ponga por obra la Palabra de Dios que la Virgen y esto lo
hacen también sus primos. Por lo tanto, lejos de desvalorizar la imagen de la Virgen
y la de su familia biológica, Jesús los pone en primer plano, porque ellos
-sobre todo la Virgen- son los primeros en escuchar la Palabra de Dios y
ponerla por obra.
“Mi
madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en
práctica”. Al igual que sucedió con la Virgen, la Palabra de Dios también
quiere inhabitar en nuestras almas: escuchemos la Palabra de Dios, que por la
consagración se hace Presente en la Eucaristía y abramos nuestros corazones
para poner por obra lo que la Palabra de Dios encarnada quiere y es el
inhabitar en nuestros corazones y por lo tanto, recibamos la Eucaristía en
gracia y con amor.
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