(Domingo
XXVI - TO - Ciclo A - 2020)
“A los que vosotros acusáis de obrar el mal, entrarán antes
que vosotros en el Reino de los cielos” (Mt 21, 28. 32). Jesús da una
dura advertencia a los fariseos: los que son por ellos acusados de obrar el mal,
entrarán antes que ellos, que se llaman a sí mismos y son religiosos, en el
Reino de los cielos. La razón es que no hicieron caso del llamado a la
conversión, primero del Bautista y luego del Mesías: una conversión moral, en
el primer caso, una conversión espiritual, en el segundo caso. Como sea, no se
convirtieron ni moral ni espiritualmente y por eso, a pesar de ser religiosos,
no entrarán en el Reino de los cielos, o al menos, habrá quienes entrarán antes
que ellos.
Esto supone un gran llamado de atención para nosotros,
porque las palabras dirigidas a los fariseos y escribas las debemos tomar como
dirigidas a nosotros mismos, porque nosotros somos, desde el momento en que
hemos sido bautizados, hombres religiosos, independientemente de nuestro estado
de vida, es decir, si somos laicos o consagrados. Las palabras de Jesús,
dirigidas a nosotros, no sólo son un reproche, sino que son una advertencia
para que revisemos nuestra propia vida espiritual, para que revisemos nuestra
conversión, para que revisemos si estamos en proceso de conversión, para que
revisemos si queremos convertirnos o no. Es también una ocasión para recordar
que la conversión es moral, como la predicada por el Bautista -consiste
básicamente en ser buenos, cumpliendo para ello los Diez Mandamientos- y que la
conversión es también espiritual, porque se trata de una conversión
eucarística, en la que el alma, iluminada por la gracia, deja de ser atraída
por las cosas bajas y vanas de este mundo, para ser atraída por el Sol de
justicia, Cristo Jesús.
“A los que vosotros acusáis de obrar el mal, entrarán antes
que vosotros en el Reino de los cielos”. ¿Cómo es nuestra conversión? ¿Sabemos
siquiera que debemos convertirnos, es decir, ser buenos y santos? ¿Trabajamos por
convertir nuestra alma? ¿Vivimos en estado de gracia? ¿Buscamos la conversión
eucarística? ¿Somos como el hijo de la parábola, que ante la orden de su padre dice
“voy”, pero en realidad no va ni cumple su voluntad? ¿O más bien, creemos que
ya estamos convertidos y lo que hacemos es señalar con el dedo y criticar con
la lengua a nuestro prójimo que supuestamente obra el mal? Que las palabras de
Jesús resuenen en nuestras mentes y corazones y sirvan como un verdadero
llamado de atención para que nos decidamos, de una vez por todas, por la
conversión eucarística de nuestras almas.
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