“Ella
ha concebido por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 18-23). En este
Evangelio y sobre todo en las palabras del Ángel, se revela el origen divino de
Nuestro Señor Jesucristo. Si tan sólo se hubieran atendido a este Evangelio, no
se habrían producido nunca las revoluciones dentro y fuera de la Iglesia,
revoluciones que se basaban en una convicción errónea, esto es, que Jesús no es
Dios. Que Jesús es Dios, lo vemos con toda claridad, en este Evangelio, desde
el principio al fin. La revelación acerca de la divinidad de Cristo es esencial
para la doctrina eucarística, porque si Cristo es Dios, entonces la Eucaristía
es Dios, porque la Eucaristía es el mismo Cristo Dios, oculto en apariencia de
pan y vino (en estos días se está proyectando una serie acerca de Jesús, en la que se niega precisamente lo que el Ángel le revela a San José, esto es, que Cristo es Dios).
En
este Evangelio se describe entonces la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo con
las siguientes palabras: “Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando
María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió
que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su
esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla
en secreto”. El Evangelio es transparente en este punto: San José no es el
padre biológico de Jesús, sino sólo su padre adoptivo, terreno, puesto que el
Padre de Jesús es Dios Padre; la Virgen queda encinta “por obra del Espíritu
Santo”, es decir, no por obra humana y esto antes de que comenzaran a vivir
juntos como esposos.
El
origen divino de Jesús se vuelve a explicitar en el párrafo siguiente, cuando
dice: “Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños:
“José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque
ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le
pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. El Ángel
es directo, claro y transparente en relación al origen de Jesús: le dice a San
José, en sueños, que no rechace a María, porque Ella “ha concebido por obra del
Espíritu Santo”. Es decir, en la concepción de Cristo no hay intervención
humana, por lo que siendo Dios Uno y Trino, no cabe otra posibilidad que Cristo
sea la Segunda Persona de la Trinidad que se ha encarnado, por obra de la
Tercera Persona, el Espíritu Santo, a pedido de la Primera Persona, Dios Padre.
En
el último párrafo, el Evangelio vuelve a reafirmar la divinidad de Cristo, al
recordar que los profetas habían anticipado una concepción virginal de Dios,
quien habría de venir al mundo para cumplir su tarea mesiánica, revestido de
una naturaleza humana, siendo llamado por eso “Emanuel”, que significa “Dios
con nosotros”: “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el
Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz
un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir
Dios-con-nosotros”.
“Ella
ha concebido por obra del Espíritu Santo”. El Evangelio es transparente, como
decíamos, al afirmar que Cristo es Dios y, también como lo decíamos
inicialmente, si Cristo es Dios, entonces la Eucaristía es Dios, porque la
Eucaristía es Cristo en Persona, que es Dios en Persona. Cualquier otra fe, que
se aparte de lo que afirma este Evangelio, es una fe que no pertenece a la
Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
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