“Es
necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, muera y resucite al tercer día” (Lc
9, 18-22). En una sola frase, Jesús revela a Pedro y a los discípulos su
misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual el Hombre-Dios
no sólo habría de vencer a los tres grandes enemigos de la humanidad -el pecado,
el demonio y la muerte-, sino que habría de convertir a los hombres, por medio
del don de la gracia, en hijos adoptivos de Dios y en herederos del Reino de los
cielos. La aceptación de este misterio, que se centra en la Persona de Jesús de
Nazareth, que no es una persona humana sino una Persona divina, la Segunda de
la Trinidad, que se ha encarnado en una naturaleza humana pero sin dejar de ser
Dios, es lo que dividirá a la humanidad en un antes y un después, en un por
Cristo y un contra Cristo. Ni siquiera el mismo Vicario de Cristo, Pedro,
estará exento de la lucha por la aceptación del misterio de la Cruz de Cristo,
porque segundos después de ser nombrado Vicario de Cristo y de ser felicitado
porque ha sido inspirado por el Padre al reconocerlo como Mesías e Hijo de
Dios, el mismo Pedro será duramente reprendido por Jesús, cuando Pedro niegue
el misterio de la Cruz. Toda la humanidad y su historia y todo ser humano con
su historia personal, lo quiera o no, lo sepa o no, está marcado por el
misterio de la Cruz de Cristo y de Cristo crucificado. Quienes se decidan, como
los ángeles buenos, a favor de Cristo y su Cruz, serán recompensados, en esta
vida, con persecuciones, tribulaciones y cruces y en la vida eterna con el
Reino de los cielos; quienes se decidan en contra de Cristo, obtendrán un aparente
triunfo en esta tierra, junto con los enemigos de Dios y de la Iglesia, pero
luego sufrirán una eterna y dolorosa derrota en el fuego del Infierno, por la
eternidad.
“Es
necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, muera y resucite al tercer día”.
Aceptemos a Cristo y su Cruz como nuestro Salvador y Redentor y, luego de pasar
por cruces y tribulaciones en esta vida, seremos recompensados con el misterio
de la visión beatífica de la Trinidad en el Reino de los cielos, para siempre.
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