“Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único” (Jn 3, 16-21). Muchas
veces, cuando se ve el mal en el mundo, muchos cristianos hacen un razonamiento
equivocado, ya que culpan a Dios por el mal existente. Sin embargo, eso es una
gran injusticia para con Dios, porque Dios no es responsable del mal, ya que en
Él no hay malicia, sino bondad infinita; en efecto, es un gran error atribuir a
Dios el origen del mal, cuando este origen no se encuentra en Él, sino en el
corazón del hombre, porque “es del corazón del hombre de donde salen toda clase
de cosas malas”, como enseña Jesús, y también en el corazón del ángel caído, el
Demonio, quien no puede, desde que se rebeló contra Dios, hacer otra cosa que
odiar y obrar el mal. Es decir, el mal en el mundo se origina en dos lugares:
en el corazón del hombre pecador y en el corazón y la mente del ángel caído, no
en Dios. Es imposible que Dios sea origen no ya del mal, sino ni siquiera de
ninguna imperfección, puesto que Él es infinitamente bueno, santo y perfecto.
“Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único”. Dios no sólo no es el origen
del mal, sino que es el origen de todo amor verdadero y siendo Él el Amor
Increado, amó tanto al mundo, que envió a su Hijo Unigénito, Jesucristo, para
que destruyera el origen y la raíz del mal, el corazón del hombre y del ángel
caído. Y es así como Jesús, desde la cruz, destruye el pecado y vence al
demonio y también a la muerte, derramando sobre nosotros su infinita
misericordia, por medio de su corazón traspasado en la cruz. Éste es el
significado de la frase: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único”.
Sin embargo, no basta con no atribuir a Dios la maldad; no basta con reconocer
que Dios nos ama al punto de enviar a su Hijo Unigénito a morir por nosotros en
la cruz: es necesario que nos asimilemos a Cristo, que Cristo sea carne de
nuestra carne, sangre de nuestra sangre, hueso de nuestros huesos, para que en
todo imitemos y participemos de su Pasión redentora. Y así también
participaremos del Amor de Dios, que es el que lo movió a enviar a su Hijo al
mundo para redimirlo.
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