(Domingo
XXII - TO - Ciclo A – 2020)
“¡Apártate
de mí, Satanás!” (Mt 16, 21-27). Sorprende la reacción de Jesús ante
Pedro, luego de que éste negara la Cruz: Jesús no dice: ““¡Apártate de mí,
Pedro!”, sino: “¡Apártate de mí, Satanás!” y esto lo hace dirigiéndose a Pedro,
su Vicario. Es decir, lo asombroso es que a su propio Vicario, el Papa, a quien
segundos antes lo había nombrado como Papa y lo había felicitado por estar
inspirado por el Padre al reconocerlo a Él como al Mesías, ahora lo trata de “Satanás”.
En otras palabras, Pedro es un hombre y aun más, es el Vicario de Cristo, pero
a los ojos de Cristo, aun si es su propio Vicario, todo aquel que niegue y
rechace la Cruz, es como Satanás, como el Ángel caído. Esto debe llevarnos a
reflexionar acerca de la importancia de la Cruz para la eterna salvación y, si
es importante para nuestras almas, cuánto más lo es para Dios mismo, quien es El
que tiene que sufrir la crucifixión.
“¡Apártate
de mí, Satanás!”. La negación de la Cruz es la obra satánica por excelencia; es
a lo que el Ángel caído y el Infierno todo dedican sus esfuerzos, porque sin la
Cruz de Cristo y sin Cristo crucificado no hay salvación posible. Es esto lo
que justifica la reacción airada de Jesús y el tratar a Pedro de “Satanás”,
porque es Satanás quien se opone, con todas sus fuerzas, a la obra de la
Redención de las almas llevada a cabo por el Cordero de Dios.
“¡Apártate
de mí, Satanás!”. Debemos estar precavidos contra nosotros mismos y aplicar en
todo momento el discernimiento de espíritus de San Ignacio de Loyola, puesto
que nuestros pensamientos pueden provenir de tres fuentes: de nosotros mismos,
del Demonio o de Dios. Si se trata de pensamientos que rechazan la Cruz,
debemos tener presente la advertencia de Jesús a Pedro como dirigida a nosotros
mismos, puesto que el rechazo de la Cruz viene de nuestras mentes contaminadas
por el pecado, además de ser inducidos estos pensamientos por el Ángel caído o
Satanás; si estos pensamientos vienen, debemos rechazarlos inmediatamente, para
dar espacio a los pensamientos santos, venidos de lo alto, que nos llevan no
solo a aceptar la Cruz, sino a abrazarla y besarla, tal como lo hizo Jesús en
su Pasión.
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