“El
que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz
y me siga” (Mt 16, 24-28). Jesús nos
da las condiciones para ser su discípulo. Primero, es querer seguirlo: “El que
quiera venir detrás de Mí”: Jesús no impone ni ordena su seguimiento; el
seguimiento de Jesús es libre, no depende de una imposición, por eso Jesús
dice: “El que quiera” venir detrás de Mí. Quien desee seguir a Jesús, lo debe
hacer movido por amor a Él, no por imposición. Es lo mismo que sucede con el
Cielo: nadie entrará en el Cielo obligado; quienes vayan al Cielo, lo harán
porque así lo desean y para eso se prepararon.
“Que
renuncie a sí mismo”: es la segunda condición para seguir a Jesús. No se puede
seguir a Jesús siendo el hombre viejo, apegado a las pasiones terrenas; para
seguir a Jesús, hay que seguirlo renunciando al hombre viejo y su apego a este
mundo y sus atractivos.
“Que
cargue su cruz y me siga”: No basta con dejar atrás al hombre viejo para seguir
a Jesús: hay que seguirlo “cargando la cruz”, porque Jesús va delante nuestro
no de cualquier manera, sino cargando la cruz a cuestas. Jesús marcha con la
cruz a cuestas por el Camino Real de la Cruz, el Calvario, el camino que
conduce al Cielo, porque es allí donde el alma, compartiendo la crucifixión de
Cristo, termina de morir al hombre viejo y nace a la vida del hombre nuevo, el
hombre que vive con la vida de la gracia, el hombre que vive su filiación
divina, viviendo los Mandamientos de nuestro Padre Dios.
“El
que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz
y me siga”. Si el seguimiento de Jesús implica cargar la cruz y seguir a Jesús
que va camino del Calvario, este seguimiento implica, en primer lugar y antes
que cualquier otra cosa, el estar en gracia de Dios y asistir a la Santa Misa,
porque la Santa Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio del
Calvario, sacrificio en donde Jesús se inmola al Padre para nuestra salvación,
para que tengamos en nosotros la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios.
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