“Los
demonios gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!” (Lc 4, 38-44). Mientras Jesús
está curando numerosos enfermos, se da la siguiente situación: de muchos de
ellos, salen demonios. Es decir, se trata de personas en las que se combinan la
enfermedad, sea corporal o psíquica, más la posesión demoníaca, lo cual es muy
frecuente que ocurra. Lo interesante aquí es, además del poder de Jesús de curar
enfermos y de expulsar demonios, es lo que los demonios declaran cuando son expulsados
por el poder de la voz de Jesús: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Es decir, los demonios
reconocen, en Jesús de Nazareth, no a un hombre santo, sino al Dios Tres veces
Santo, a la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo de Dios y lo dicen
claramente: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Los demonios reconocen en Jesús de
Nazareth al Hijo de Dios por una doble vía: porque reconocen cuál es la voz
divina que los ha creado y luego expulsado al Infierno y porque reconocen en
esa voz el poder omnipotente de Dios, que los obliga a abandonar los cuerpos a
los que han poseído, sin poder hacer ni la más mínima resistencia.
“Los
demonios gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Sabemos que el Demonio y los demonios
son mentirosos por decisión propia, pero en algunas ocasiones, como esta, dicen
la verdad: Jesús es “el Hijo de Dios”, es decir, es la Segunda Persona de la
Trinidad, encarnada en la naturaleza santísima de Jesús de Nazareth. Por lo
general, nada podemos aprender de los demonios, puesto que en ellos todo es
maldad y engaño; sin embargo, en este caso, en el que dicen la verdad, podemos
aprender la lección: Jesús de Nazareth es el Hijo de Dios y esto mismo lo podemos
aplicar a la Eucaristía, que es el mismo Jesús de Nazareth, por lo que podemos
decir, postrados ante la Eucaristía: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”.
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