“El
Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes” (Mt 25, 1-13). Para
entender esta parábola, es necesario considerar a las jóvenes como las almas de
los bautizados: las jóvenes prudentes, son los bautizados que, al momento de
ser llamados al Juicio Particular, son encontrados con el aceite de la fe y la
luz de la gracia en sus almas, por lo que son considerados dignos de entrar en
el Reino de los cielos. Las jóvenes necias, a su vez, son los bautizados que
libre y voluntariamente descuidaron la fe y la vida de la gracia, viviendo mundanamente
y en el pecado: en el momento de ser llamados ante la Presencia del Justo Juez,
no se encuentra ni fe ni gracia en sus almas, por lo que su destino eterno es
la eterna oscuridad, el Infierno eterno, en donde hay “llanto y rechinar de dientes”.
“El
Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes”. Ser una joven prudente, es
decir, un alma en gracia y con fe sobrenatural, o ser una joven necia, es
decir, un alma en pecado y sin fe en Cristo Jesús, depende de cada uno de
nosotros, de su libre albedrío. Nadie será colocado en uno o en otro lugar de
forma arbitraria ni aleatoria, sino de acuerdo a sus obras realizadas libre y
conscientemente. Esto significa que de nosotros depende ingresar, por la
eternidad, en el Reino de los cielos, o ser destinados a la oscuridad infernal,
en donde hay “llanto y rechinar de dientes”.
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