“El
vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos” (Lc 5, 33-39). ¿Qué nos
quiere decir Jesús con esta frase y este ejemplo? ¿Acaso nos está dando una clase
de vitivinicultura? No se trata de eso: está dando una lección de
espiritualidad cristiana y para saber de qué se trata, hay que tomar los elementos
de la figura y reemplazarlos por elementos de la espiritualidad cristiana. Si hacemos
esto, nos queda que el “vino nuevo” es la gracia santificante, la gracia que Él
ha venido a traernos y que nos ha conquistado para nosotros al precio de su
vida en la Cruz; los “odres nuevos” son las almas que han sido purificadas por
la gracia y que por esa razón se encuentran en estado de recibir el Vino de la
Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero de Dios derramada en la Cruz del
Calvario.
A su vez, el vino viejo es la Antigua Ley, mientras que los odres viejos son las almas que aún no han sido purificadas por la gracia. Esto es lo que Jesús quiere significar con la figura de los vinos y los odres nuevos y viejos.
Finalmente, queda una
frase de Jesús, a la cual también podemos interpretar según este esquema y es
la siguiente: “El vino añejo es el mejor”. En este caso, el “vino añejo” es la
vida eterna la cual, comparada en el Reino de los cielos con el vino nuevo -aquí, el vino nuevo es esta vida terrena; el vino añejo, la vida eterna, es mucho mejor que la vida terrena-, porque es la vida de
la gloria, en la que se contempla en la visión beatífica a la Trinidad y al
Cordero, por siglos sin fin.
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