“Los
últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos” (Mt 20, 1-16). Jesús
enseña la parábola del dueño de la vid que contrata a obreros a distintas horas
del día, pagándoles a todos por igual. Para comprender esta parábola, es necesario
reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, la viña es la
Iglesia Católica; el dueño de la viña es Jesucristo, el Hombre-Dios; los jornaleros
contratados en las primeras horas del día son los bautizados que, convertidos
por la gracia, trabajan en la Iglesia desde muy temprana edad; los jornaleros
contratados al final del día son las almas que vivieron toda su vida en el
paganismo y recién al final de sus días se convirtieron al cristianismo; el
denario con el que el dueño de la viña paga a los jornaleros es el Reino de los
Cielos. Entonces, el pago del salario es el Reino de los cielos y el grado de
gloria que el alma tendrá en el mismo. El enojo de los obreros que fueron
contratados en las primeras horas del día y cobraron lo mismo que cobraron los
que trabajaron recién a última hora, es la incomprensión, por parte de algunos
bautizados, de la misericordia de Dios, que recompensa con el Reino de los
cielos a todo aquel que acepte su Amor Misericordioso y lo ame con intensidad,
en respuesta a este Amor Divino.
La
parábola refleja esta realidad: puede suceder que un bautizado haya trabajado
toda su vida en la viña del Señor, es decir, en la Iglesia, pero sin embargo,
en el Cielo, obtiene un grado de gloria menor que un pagano que se convirtió
recién al final de sus días, luego de haber pasado toda su vida en el
paganismo. La razón de esta diferencia está en el amor con la que el alma
responde al Divino Amor: tendrá mayor grado de gloria en el Cielo no quien haya
estado más tiempo trabajando en la Iglesia, sino quien haya amado más a Dios en
intensidad; es decir, cuanto más intenso sea el amor con el que el alma ama a Dios,
tanto mayor será el grado de gloria que obtendrá en el Cielo. Un ejemplo nos
puede aclarar las cosas: puede suceder que un bautizado pertenezca, desde su
infancia, a una cofradía, a un movimiento, a una institución y, perseverando en
la gracia, muere dentro de la Iglesia, pero en la otra vida, tiene un grado de
gloria inferior, debido a que su amor a Dios no fue tan intenso; a su vez,
puede suceder que un pagano haya vivido la casi totalidad de su vida terrena en
el paganismo y que recién al final de su vida terrena conozca a Cristo Dios
como su Salvador y, conociéndolo, lo ame con más intensidad que aquel bautizado
que estuvo toda su vida en la Iglesia, pero su amor, comparativamente hablando,
fue menos intenso: este pagano, que era último, tendrá un grado de gloria más alto
que el bautizado que integró un movimiento católico toda su vida y por eso,
éste último, que en teoría era primera, será último, porque su grado de gloria
será menor.
“Los
últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”. Procuremos vivir en la
gracia y en el Amor de Dios, para ser los últimos en esta vida y los primeros
en la vida eterna.
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