(Domingo II - TC - Ciclo A – 2023)
“Jesús
se transfiguró en el Monte Tabor” (cfr. Mt 17, 1-9). Jesús sube al Monte
Tabor y allí, en presencia de sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, se
“transfigura”. ¿Qué es la transfiguración? Es un fenómeno sobrenatural por el
cual la Humanidad Santísima de Jesús comienza a emitir luz, una luz desconocida
para los hombres, que se irradia a través del Cuerpo de Jesús. En la
transfiguración hay que considerar que no se trata de una luz terrena, conocida
por el hombre; tampoco se trata de una luz que viene desde lo alto e ilumina a
Jesús; tampoco se trata de un fenómeno natural, como podría decir algún
racionalista, en el que las nubes del cielo se corren para dejar paso a la luz
del sol, cuyos rayos caen justo sobre Jesús y hacen dar la apariencia de que
Jesús está iluminado. Nada de esto sucede en la transfiguración. Lo que sucede
en la transfiguración es de orden sobrenatural, es decir, de origen divino,
celestial y para entenderla, hay que considerar a la naturaleza divina; la
naturaleza divina es luminosa por esencia, es decir, Dios es Luz y como Dios es
Eterno, la Luz que es Dios es Luz Eterna. En la transfiguración, la luz que
emana del Ser divino trinitario de Jesús, el Hijo de Dios, se transparenta a
través de la Humanidad Santísima de Jesús, provocando que la Humanidad de
Jesús, incluido su Rostro Santísimo y sus vestiduras, resplandezcan con una
luminosidad más intensa que miles de millones de soles juntos.
¿Por qué
Jesús se transfigura en el Monte Tabor?
Porque
está cerca su Pasión y Muerte en cruz y a causa de las heridas que sufrirá en
su Pasión, su Cuerpo, su Humanidad, quedará cubierta con su Sangre
Preciosísima; su Rostro, ahora bañado en luz divina, quedará cubierto por las
heridas, los golpes, los hematomas que le propinarán los hombres y la sangre
cubrirá su Rostro, al punto de volverlo irreconocible. En su Pasión, Jesús
recibirá tantos golpes y tantas heridas, que quedarán abiertas y por las cuales
brotará su Preciosísima Sangre, que será irreconocible, aun para sus discípulos
más cercanos. Esto sucederá para que se cumpla la profecía de Isaías: “(El
Salvador será) como ante quien se oculta el rostro”, para no ver el estado
lamentable al que quedará reducido. Jesús será, dice el Profeta, “molido por
nuestros pecados”, porque Él recibirá la furia de la Ira Divina, que se
descargará sobre Él, el Cordero Inmaculado, el Cordero sin pecado, en vez de
descargarse sobre nosotros, aunque lo merecemos por nuestros pecados.
Jesús se
transfigura, dice Santo Tomás, para que sus discípulos, al verlo cubierto de
Sangre y de heridas, no desfallezcan por el desánimo y la tribulación de ver a
su Maestro, con su Cuerpo cubierto por numerosas heridas abiertas y sangrantes y
perseveren por el Camino del Calvario, recordando que ese Hombre al cual ellos
ven llevando la Cruz, bañado en Sangre, cubierto de heridas, escupitajos,
recibiendo incontables golpes de puños, de patadas, de insultos, es el mismo
Hombre-Dios, que reveló su divinidad, resplandeciendo con la Luz Eterna de su
Ser divino trinitario en el Monte Tabor.
Si en el
Monte Tabor la Humanidad Santísima de Jesús está cubierta de Luz Eterna, la luz
que recibe del Padre desde la eternidad, en el Monte Calvario su Humanidad
Santísima se cubrirá con su Sangre Preciosísima, que brotará a raudales a causa
de nuestros pecados, por lo que si la transfiguración del Monte Tabor es obra
de Dios Padre, que le concede desde la eternidad su luz divina, las heridas
abiertas y sangrantes que cubren la Humanidad Santísima de Jesús en el Monte
Calvario son obra nuestra, obra de nuestros pecados, sean públicos o privados,
sean explícitos o escondidos a los ojos de los hombres, porque debemos saber
que nuestros pecados tienen una consecuencia directa sobre Jesús y es el de
golpear su Humanidad Santísima, con tanta más violencia, cuanto más grave es el
pecado cometido.
En este
tiempo de Cuaresma, hagamos el propósito de no golpear a Jesús, hagamos el
propósito de no abrirle más heridas en su Cuerpo Santísimo, hagamos el
propósito de no herir a Nuestro Señor Jesucristo, para que su Sangre
Preciosísima no brote a raudales de su Humanidad herida por los pecados de los
hombres, por nuestros pecados; hagamos el propósito de no solo no herir más a
Jesús, sino de convertir a nuestros corazones, por la gracia santificante, en
otros tantos cálices vivientes en donde se recoja, con amor, piedad y devoción,
la Preciosísima Sangre del Cordero.
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