“Tratáis de matarme porque os dije la Verdad” (Jn 8, 31-42). Jesús desenmascara los planes homicidas de los escribas y fariseos, que buscan “matar” a Jesús con la falsa acusación de blasfemia. Es decir, Jesús revela la Verdad de Dios como Uno y Trino y la Verdad de Él como Hijo de Dios encarnado que ha venido para salvar a los hombres, y esto es la completa Verdad, sin embargo, para los escribas y fariseos esto es “blasfemia” y “mentira” y de hecho, serán las acusaciones con las cuales llevarán a Jesús al patíbulo de la cruz.
¿Por
qué los escribas y fariseos intentan matar a Jesús? Parece una decisión muy
drástica, porque si les molestaba que la gente siguiera a Jesús, tal vez
bastaría con decretar el destierro de Jesús, como sucedió siempre a lo largo de
la historia. Una vez desterrado Jesús, la gente pronto lo olvidaría y los
escribas y fariseos seguirían con sus puestos de privilegio en el Pueblo
Elegido. Pero no es el destierro lo que decretan para Jesús, sino su asesinato;
es decir, no se conforman con simplemente alejar a Jesús, sino que quieren
quitarlo del medio de forma permanente, por medio de su asesinato. La razón de
esta decisión tan drástica y dramática, se encuentra no en las mentes y los
espíritus mezquinos y egoístas de los escribas y fariseos, sino en la mente y
en el corazón pervertidos del Ángel caído, Satanás, que es quien instiga a los
jefes del Pueblo Elegido para que cometan el homicidio contra Jesús, que en
realidad es un deicidio.
En
otras palabras, detrás del plan homicida de escribas y fariseos, se encuentra
el “Homicida desde el principio”, el Ángel caído, Satanás, el cual pretende
vanamente luchar contra Dios y hacer fracasar su plan de salvación para los
hombres. Lo que el Demonio y sus secuaces, escribas y fariseos, no saben, es
que no pueden matar a Dios, y si Dios encarnado muere en la cruz, porque sí
muere con su Humanidad, en ese mismo momento la muerte, el Demonio y el
Infierno, quedan derrotados para siempre, porque Dios es la Vida Increada en Sí
misma, es la Santidad Increada, es la Gloria eterna en sí misma. Por este
motivo, aunque Jesús muere con su Humanidad Santísima en la cruz, Él, en cuanto
Dios, se regresa a Sí mismo a la vida, glorificando a su Humanidad y al mismo
tiempo, concediéndonos la Vida divina de la Trinidad por medio de su Sangre
derramada en la cruz, haciendo así vanos los planes del Ángel Homicida, el
Demonio y de sus secuaces, los escribas y fariseos.
“Tratáis
de matarme porque os dije la Verdad”. Todo ser humano, en algún momento de su
existencia terrena, recibirá la gracia de conocer a Jesús: quien ame a Jesús,
en su Presencia Eucarística, recibirá de Él la Vida eterna, la Verdad de la
Trinidad y el Amor de la Misericordia Divina; quien no lo ame, se quedará sin
la Vida divina y sufrirá la segunda muerte, la muerte definitiva, quedando bajo
las garras del Ángel Homicida para siempre.
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