(Domingo
III – TC - Ciclo A – 2023)
“Dios es espíritu y los que lo adoran deben adorarlo en
espíritu y en verdad” (Jn 4, 14-15). Si bien los judíos eran el Pueblo
Elegido, porque poseían las primicias de la Verdad sobre Dios, esto es, que
Dios es Uno y no hay múltiples dioses, como lo creían los paganos, los judíos,
no obstante, no poseían la Verdad plena, total y última acerca de Dios, esto
es, que Dios es Uno y Trino, Uno en naturaleza y Trino en Personas y es esto lo
que Jesús viene a revelar: que Él es la Segunda Persona de la Trinidad,
encarnada en el seno de María Santísima por obra del Espíritu Santo, en
obediencia al pedido de Dios Padre. De esta manera, Jesús, que es hebreo, de
raza hebrea, por su naturaleza humana, completa la Verdad Última acerca de Dios
y es por esto que, a partir de Jesús, si bien los judíos siguen siendo “Pueblo
Elegido”, se establece un “Nuevo Pueblo Elegido”, constituido por los que se
unan por la gracia al Cuerpo Místico del Hijo de Dios y así sean conducidos,
por el Espíritu, al Padre, para adorarlo, en el tiempo y en la eternidad.
Los hebreos y los samaritanos no se hablaban, por cuanto
profesaban religiones distintas: los hebreos, la religión de Dios Uno, los samaritanos,
una religión politeísta, conformada por numerosos dioses; ambas religiones eran
incompatibles entre sí y por esto se produce este distanciamiento, y es lo que
explica el asombro de la samaritana cuando Jesús le pide agua, puesto que como
hemos dicho, hebreos y samaritanos no se hablaban entre sí. Sin embargo, a
partir de Jesús, aquellos que forman parte del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados
de la Iglesia Católica, no deben imitar al Pueblo Elegido; por el contrario,
deben “ir por el mundo anunciando la Buena Noticia” de Jesús el Salvador, es
decir, deben proclamar y anunciar el Evangelio de la salvación de Nuestro Señor
Jesucristo y por esto mismo, deben hablar al mundo, no para aprender nada del
mundo, que el mundo no tiene nada para enseñar a la Iglesia, sino para enseñar
al mundo que Jesús es el Salvador y que todo ser humano debe convertir su
corazón a Jesús el Señor, para salvar su alma: “El que crea y se bautice, se salvará;
el que no crea y no se bautice, no se salvará”.
Entonces, en Jesús, Dios Hijo encarnado, se completa la
autorrevelación de Dios, que había sido dada en parte y en forma incompleta a
los judíos, encargando a su Iglesia hacer en el mundo lo que Él hace con la
samaritana: revelar la Verdad Última de Dios, como Uno y Trino y la Verdad de
la Encarnación del Hijo de Dios, por pedido del Padre y por obra del Espíritu Santo,
para la salvación de los hombres. Esto es lo que justifica y explica la
actividad misionera y apostólica de la Iglesia, actividad que no es otra cosa
que cumplir las palabras del Señor Jesús: “Id y anunciad el Evangelio a todas
las naciones”.
Otro
elemento a destacar en el diálogo de Jesús con la samaritana es el carácter
eminentemente espiritual de la religión católica, carácter espiritual que se
demuestra en la búsqueda de la mortificación de las pasiones corporales y en la
santificación del alma por la gracia santificante; en contraposición a las
falsas religiones, que solo buscan la satisfacción más o menos encubierta de
las pasiones, trasladando incluso esta visión materialista-corpórea de la religión
a la vida eterna, en donde el Paraíso consiste en la satisfacción sin límites
de las pasiones depravadas del hombre, tal como lo proclama el Islam, por
ejemplo.
La
religión católica es entonces espiritual y esto porque “Dios es espíritu” y
porque Dios es espíritu, la perfección del hombre será, no la satisfacción
impura de las pasiones corporales, como afirma erróneamente el Islam, sino la
espiritualización de la materia corpórea y la glorificación del alma en la vida
eterna.
“Dios
es espíritu”, le dice Jesús a la samaritana, y a nosotros nos dice: “Dios es espíritu
y se ha encarnado, en la Persona del Hijo, en la Humanidad Santísima de Jesús
de Nazareth; “los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad”, le
dice a la samaritana y a nosotros nos dice: “los que adoran a Dios en espíritu
y en verdad, los que de veras lo aman y creen que el Hijo se ha encarnado por
voluntad del Padre y en el Amor del Espíritu Santo, deben adorarlo y amarlo en
la Eucaristía, porque Dios Hijo encarnado prolonga su Encarnación en el
Santísimo Sacramento del altar”.
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