(Domingo de Resurrección - Ciclo A – 2023)
¿Cómo
fue la Resurrección de Jesús? Para responderlo, aplicamos la oración de los
sentidos, de San Ignacio de Loyola. Nos ubicamos el Viernes Santo en el Santo
Sepulcro, de rodillas, observamos cómo depositan el Cuerpo muerto de Jesús, cómo
lo envuelven en la Sábana Santa y le colocan el Santo Sudario en el Rostro.
Vemos cómo todos lloran en silencio y se van retirando de a uno, siendo la Virgen,
acompañada por San Juan, la última en retirarse. La puerta del Santo Sepulcro,
una enorme piedra, se cierra, dejando el sepulcro en completa oscuridad. Nuestros
ojos no ven nada, pero de a poco se van acostumbrando a la oscuridad, de manera
que podemos ver, en penumbras, al sepulcro y, encima de él, la silueta del Cuerpo
de Jesús.
Todo en
el sepulcro está a oscuras y en silencio absoluto. Jesús está muerto. Así pasamos
lo que resta del Viernes Santo y todo el Sábado Santo, haciendo oración y
adoración ante el Cuerpo de Jesús que, aunque está muerto, sigue unido a la
divinidad.
De pronto,
el Domingo a la madrugada, es decir, el tercer día luego de la muerte de Jesús,
sucede algo inesperado: a la altura del Corazón de Jesús, vislumbramos una
pequeña pero muy intensa luz, que, desde el Corazón, comienza a difundirse por
todo el Cuerpo de Jesús, en todas direcciones, tanto hacia arriba, hacia la
Cabeza, como hacia abajo, hacia el resto del Cuerpo. Y a medida que la luz se
difunde, va cobrando vida cada órgano, cada célula, del Cuerpo de Jesús, de
manera que al final del recorrido de la luz, que es casi instantáneo, todo el
Cuerpo de Jesús resplandece con la luz de la gloria divina, una luz que es más
resplandeciente que miles de millones de soles juntos.
Al mismo
tiempo que la luz hace cobrar vida al Cuerpo de Jesús, sobre todo cuando
comienza en el Corazón, comienzan a oírse, primero, los latidos del Corazón de
Jesús, que retumban en el Santo Sepulcro con un ritmo vivo, el ritmo que posee
todo corazón que late con toda la vida, en este caso, con la vida de la
divinidad, de manera que por un momento, solo se escucha el retumbar de los
latidos del Corazón de Jesús. Inmediatamente, comienzan a sentirse otro sonido,
son los cantos de alegría, entonados por cientos de miles de ángeles, que han
acudido al Santo Sepulcro, para adorar a su Señor, el Señor Jesucristo, que ha
resucitado glorioso de la muerte.
Ese mismo
Jesús, glorioso y resucitado, que estaba tendido en el sepulcro y que ahora
vive para siempre, es el mismo Jesús que, glorioso y resucitado, se encuentra
oculto en las apariencias de pan y vino, en la Sagrada Eucaristía y esta es la
razón de la alegría de la Iglesia en este día: Jesús no solo ha resucitado,
sino que se encuentra en medio de nosotros, en Persona, vivo, resucitado y
glorioso, en la Sagrada Eucaristía, para comunicarnos la paz, la alegría y la
vida de su Corazón, la vida de la Trinidad.
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