En este
Evangelio (Lc 24, 35-48) podemos destacar dos momentos en relación a Jesús y a
los discípulos. En relación a los discípulos, cuando Jesús resucitado se les
aparece en medio de ellos, repiten la misma actitud de los demás, como por
ejemplo, los discípulos de Emaús o María Magdalena: no reconocen a Jesús, a
pesar de haber compartido con Él los años de predicación pública, a pesar de
haber sido testigos de sus milagros, etc. En este caso en particular, “se llenan
de temor y lo confunden con un fantasma”. Este desconocimiento es debido a que
no poseen la luz del Espíritu Santo, que es lo que permite ver a Jesús y no a
un fantasma o a un desconocido.
Con relación
a Jesús, hay dos acciones claves en esta aparición: primero, les infunde el
Espíritu Santo, iluminando sus inteligencias, de manera que ellos puedan
reconocer a Jesús resucitado, con su Cuerpo glorificado y lleno de la vida
divina; luego, el envío a misionar que hace Jesús a su Iglesia naciente: “Así
estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer
día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a
todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de todo
esto”. También Jesús resucitado había dicho: “Vayan por todo el mundo
anunciando el Evangelio a todas las naciones”. Es muy importante tener en cuenta
estas palabras de Jesús, porque son el fundamento de la actividad misionera de
la Iglesia; son el fundamento de la aprobación, por parte de la Iglesia, de la
Conquista y Evangelización de América por parte de España, puesto que la
Conquista y Evangelización no se trata de imposición de culturas, como si la
cultura española-europea se hubiera impuesto por la fuerza sobre la cultura
indígena, sino que se trata del cumplimiento de la orden del Hombre-Dios Jesucristo
de evangelizar a las naciones con la Buena Noticia de la Encarnación del Hijo
de Dios y de su misterio salvífico, puesto que la tierra, desde la caída de
Adán y Eva, estaba cubierta por las tinieblas vivientes, los ángeles caídos y
bajo el dominio cruel e implacable del Príncipe de las tinieblas, Satanás: la Conquista
y Evangelización supone transmitir esta Buena Noticia de la salvación en Cristo
Jesús a todas las naciones de la tierra, ya que al morir en Cruz en el
Calvario, Jesucristo derrotó a los tres grandes enemigos de la humanidad, el
Demonio, el Pecado y el Mundo y además abrió las puertas del Reino de los
cielos para todos aquellos que quisieran seguirlo por el Camino Real de la
Cruz, el Via Crucis.
La Conquista
y la Evangelización de América, por parte de España y la tarea evangelizadora
de la Iglesia sobre todas las naciones, son un mandato directo del Hombre-Dios
Jesucristo y es por esto que sería una gran temeridad oponerse a este mandato
divino.
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