“El
Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en Él,
tenga vida eterna” (Jn 3, 5a. 7b-15). Jesús recuerda el episodio del
Pueblo Elegido en el desierto, cuando fueron atacados por serpientes venenosas
y, por indicación divina, Moisés construyó una serpiente de bronce y la levantó
en alto, de modo que todo el que la miraba, quedaba curado de la mordedura
venenosa de las serpientes.
Este
episodio es figura y anticipación de la crucifixión de Jesús: las serpientes
son los demonios, los que peregrinan en el desierto somos los integrantes del
Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica; el veneno de las
serpientes es el pecado mortal; las mordeduras de las serpientes son las
tentaciones demoníacas; la serpiente de bronce que sana milagrosamente a quien
la ve, es representación de Jesús crucificado, quien da la vida eterna a quien
lo contempla con fe, con amor y devoción.
Es
desde la cruz de donde el alma obtiene la vida divina, la vida eterna, el
perdón de los pecados y la santificación del alma, es por esto que debemos
postrarnos ante Jesús crucificado, cuando sintamos el ardor de las pasiones y
la acechanza o incluso la mordedura de las serpientes, los ángeles caídos, los
demonios.
Pero
Jesús también está en la Eucaristía, y ahí está en Persona, por esto mismo,
quien contempla a Jesús Eucaristía, recibe de Él la vida divina, la vida
eterna, la vida de su Sagrado Corazón Eucarístico, la vida misma de la
Santísima Trinidad. Adoremos a Jesús en la Cruz y en la Eucaristía y así no
solo seremos curados de las tentaciones y protegidos de las acechanzas del
demonio, sino que ante todo obtendremos la vida eterna, la vida de Dios Uno y
Trino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario