(Ciclo A – 2023)
Jesús
promete que quien venere esta imagen, no perecerá jamás. Veneremos entonces,
esta imagen, colocándola en el mejor lugar de nuestros hogares, pero sobre
todo, la veneremos y la entronicemos en nuestro corazón, obrando la
misericordia para con el más necesitado, para que quede allí, grabada a fuego,
por el fuego del Espíritu Santo, por el tiempo y por toda la eternidad.
“(Esta
imagen) Es una señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de
la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi
misericordia, (y) se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos”
(Diario, 848).
La
imagen de Jesús Misericordioso no es una imagen más: es la “última devoción
para el hombre de los últimos tiempos”; es la “señal de los últimos tiempos”,
es “la última tabla de salvación” (Diario 998), a la cual el hombre debe acudir
para beneficiarse del “Agua y de la Sangre” que brotaron del Corazón traspasado
de Jesús.
Ya
no habrá más devociones, hasta el fin de los tiempos, ni habrá tampoco más
misericordia, una vez finalizados los días terrenos, antes del Día del Juicio
Final. Dios tiene toda la eternidad para castigar, pero mientras hay tiempo,
hay misericordia. Cada día que transcurre en esta tierra, es un don de la
Misericordia Divina, que nos lo concede para retornemos a Dios Trino, para que nos
arrepintamos de las maldades de nuestros corazones, para que dejemos de obrar
el mal, e iniciemos el camino que conduce a la feliz eternidad, el camino de la
cruz. El tiempo, los segundos que pasan, los minutos, las horas, los días, los
años, son dones de la Misericordia Divina, que espera con paciencia nuestro
regreso al Padre, por medio del arrepentimiento, la contrición, el dolor de los
pecados, y el amor a Dios y al prójimo.
Pero
para apreciar la magnitud inconmensurable del don de la Divina Misericordia, es
necesario remontarse al Viernes Santo, a los instantes antes de la muerte de
Jesús, a su atroz agonía, y a su muerte misma, porque el estado de Jesús en la
cruz y su muerte, son consecuencias del contenido del corazón humano, y la
Divina Misericordia es la respuesta de Dios Uno y Trino al deicidio cometido
por el hombre.
En
la cruz, ya cerca de las tres de la tarde, Jesús se encuentra al límite de sus
fuerzas físicas; está agonizando, luego de haber pasado tres horas suspendido
por tres clavos de hierro, y luego de haber sufrido, en su Cuerpo, el tormento
más duro que jamás los hombres hayan aplicado a alguien. Pero no solo ha
sufrido en el Cuerpo: también moralmente, comenzando desde su condena, ya que
recibió una condena a muerte, por blasfemo, siendo Él Dios y autor de la vida,
y la Vida misma Increada, y siendo Él el Inocente. Además de los golpes, fue
insultado, blasfemado, agredido verbalmente, acusado injusta y falsamente,
vilipendiado, humillado. Fue brutal e inhumanamente flagelado, coronado de
espinas, golpeado con puños en la cara, con bastones en la cabeza, con patadas
en el cuerpo; le fue puesta una cruz en sus hombros, y luego se dejó subir a la
cruz y ser crucificado con tres gruesos clavos de hierro. Ya en la cruz, se le
negó agua para su sed, y a cambio se le dio vinagre, y finalmente, derramó toda
su sangre, quedándose sin sangre en su cuerpo. Al morir, en el colmo de los
ultrajes a su cuerpo, su Corazón fue atravesado por una lanza.
Frente
a todo este ultraje, y frente al odio deicida que los hombres descargaron en
Jesús, Dios Uno y Trino reacciona de una manera muy distinta a como lo haría el
hombre: Dios Padre, al contemplar la muerte tan atroz y cruel de su Hijo en la
cruz, a manos de los hombres, no reacciona con furor, con ira, con venganza,
cuando por su justicia, podría haberlo hecho; reacciona enviando al Espíritu
Santo, que brota del Corazón traspasado de Jesús, junto con la Sangre y el
Agua, que significan.
Es
en esto en lo que consiste la Misericordia Divina: en vez del castigo que los
hombres merecemos por nuestros pecados, Dios nos abre las entrañas de su Ser
divino, su Misericordia y su bondad infinita, a través del Corazón abierto de
su Hijo. Su Misericordia, su Amor, su Bondad sin límites, se derraman, como un
océano incontenible, sobre la humanidad, a pesar de que la humanidad ha
demostrado sólo odio deicida hacia Él.
Es
esto lo que dice Jesús a Sor Faustina: “Abrí mi Corazón como fuente de
misericordia, para que todos, para que todas las almas tengan vida. Que se
acerquen, por lo tanto, con fe ilimitada a este océano de pura bondad. Los
pecadores obtendrán la justificación, y los justos serán confirmados en el
bien. En la hora de la muerte, colmaré con mi divina paz el alma que habrá
puesto su fe en mi bondad infinita”.
A
nosotros, que atravesamos su corazón con una lanza de hierro, nos abre el
abismo insondable de su Amor misericordioso; a nosotros, que le dimos muerte y
no le dimos paz hasta que lo vimos muerto, nos colmará de su vida y de su paz
en la hora de nuestra muerte, si acudimos a Él con confianza.
La
devoción a la Divina Misericordia no es una devoción más: es la última
oportunidad para el hombre de los últimos tiempos. Si la humanidad no acude a
la Misericordia Divina, morirá sin remedio en el abismo eterno. Dice Jesús: “Di
a la Humanidad que esta imagen es la última tabla de salvación para el hombre
de los Últimos Tiempos” (Diario 299). (…) “Las almas mueren a pesar de Mi
amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de
Mi misericordia [288a]”.
Mientras
hay tiempo, hay misericordia, y por eso, cada día que Dios nos concede, es un
regalo de la Misericordia Divina, que busca nuestro arrepentimiento y nuestro
amor a Dios y al prójimo. Pero resulta que el tiempo se está terminando, y que
el Día de la ira divina, en donde ya no habrá más misericordia, se está
terminando, ya que está cercano el retorno de Jesús, según sus mismas palabras:
“Si no adoran Mi misericordia, morirán para siempre. Secretaria de Mi
misericordia, escribe, habla a las almas de esta gran misericordia Mía, porque
está cercano el día terrible, el día de Mi justicia” (Diario 965) (…) “Deseo
que Mi misericordia sea venerada en el mundo entero; le doy a la humanidad la
última tabla de salvación, es decir, el refugio en Mi misericordia” (Diario,
998) (...) “Antes del día de la justicia envío el día de la misericordia
(Diario, 965). Estoy prolongándoles el tiempo de la misericordia, pero ¡ay de ellos
si no reconocen este tiempo de Mi visita! (Diario, 965).
La
Devoción a la Divina Misericordia es la última devoción concedida a la
Humanidad, antes del Día del Juicio Final, y prepara a los corazones para la
Segunda Venida de Jesucristo, que está próxima: “Prepararás al mundo para Mi
última venida” (Diario 429).
La
imagen de Jesús misericordioso es una señal de los últimos tiempos, que avisa a
los hombres que está cercano el Día de la justicia: “Habla al mundo de mi Misericordia.
Es la señal de los últimos tiempos; después de ella vendrá el día de la
justicia. Todavía queda tiempo para que recurran, pues, a la Fuente de Mi
Misericordia” (Diario 848).
No
hay opciones intermedias: o el alma se refugia en la Misericordia de Dios, o se
somete a su justicia y a su ira divina: “Quien no quiera pasar por la puerta de
Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia” (Diario 1146).
Es
la misma Virgen quien nos advierte de que la Segunda Venida de Jesucristo está
a las puertas, y de que su imagen es una señal de esta inminente llegada: “Tú
debes hablar al mundo de Su gran misericordia y preparar al mundo para Su
segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un
Juez Justo. Oh qué terrible es ese día. Establecido está ya el día de la
justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante este día. Habla a
las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la
misericordia” (Diario 635).
Hay
dos elementos para practicar esta devoción: la oración a las tres de la tarde,
que es la hora en la que Jesús muere en la cruz, y el rezo de la Coronilla de
la Divina Misericordia por los moribundos. A las tres de la tarde se implora
misericordia a Dios Hijo, que por nosotros muere en la cruz, y con la Coronilla,
se implora misericordia por los moribundos. Jesús promete conceder todo lo que
se pida, si es conforme a su Voluntad, a quien rece a las tres de la tarde
recordando su Pasión, y promete la salvación del moribundo por quien se rece la
Coronilla. Dice así Jesús: “Suplica a mi Divina Misericordia (a las tres de la
tarde, N. del R.), pues es la hora en que mi alma estuvo solitaria en su
agonía, a esa hora todo lo que me pidas se te concederá”. Esta es la hora en la
que Jesús derrama sus gracias como un torrente incontenible; el alma fiel debe
sumergirse en la Pasión del Señor, aunque sea por un breve instante, rezar el
Via Crucis de la Divina Misericordia y la Coronilla, y Jesús le concederá
“gracias inimaginables”. Sobre la
Coronilla, dice Jesús: “Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia a la
hora de la muerte” (Diario, 687) (…) “Cuando recen esta coronilla junto a los
moribundos, Me pondré ante el Padre y el alma agonizante no como Juez justo
sino como el Salvador Misericordioso” (Diario, 1541) (…) “Hasta el pecador más
empedernido, si reza esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi
misericordia infinita” (Diario, 687) (…) “A través de ella obtendrás todo, si
lo que pides está de acuerdo con Mi voluntad” (Diario, 1731) (…) “Deseo conceder
gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia” (Diario 687).
Jesús
promete que quien venere esta imagen, no perecerá jamás. Veneremos entonces,
esta imagen, colocándola en el mejor lugar de nuestros hogares, pero, sobre
todo, la veneremos y la entronicemos en nuestro corazón, obrando la
misericordia para con el más necesitado, para que quede allí, grabada a fuego,
por el fuego del Espíritu Santo, por el tiempo y por toda la eternidad.
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