“La luz vino al mundo, pero el perverso no vive en la
luz, sino en la oscuridad” (Jn 3, 16-21). Al hacer esta declaración,
Jesús está revelando la naturaleza luminosa de la Encarnación, por un lado, y
el estado de tinieblas en las que se encuentra el hombre que, sin la gracia,
vive en la más completa oscuridad espiritual.
Cuando Jesús habla de luz y de oscuridad, lo hace
evidentemente en términos naturales, preternaturales y sobrenaturales: la
oscuridad dela que habla Jesús es de orden natural y preternatural, porque la
oscuridad en la que se encuentra inmersa la tierra, desde la caída de Adán y Eva
por el pecado original, es la oscuridad de la razón humana, que con fatiga llega
apenas, con mucho esfuerzo, al conocimiento de Dios Uno; oscuridad preternatural
o angélica, porque también desde la caída de Adán y Eva la tierra toda y sobre
todo las almas de los hombres, están envueltas en las siniestras tinieblas de
los ángeles caídos, los demonios, con Satanás a la cabeza.
Ahora bien, cuando Jesús habla de luz, habla de luz en
sentido sobrenatural, porque se trata de la luz divina y eterna que brota del Ser
divino trinitario y es esa luz que, con la Encarnación, “vino al mundo”, para
iluminar a los que viven “en tinieblas y en sombras de muerte”, para iluminar a
los hombres que viven dominados por las tinieblas vivientes, los habitantes del
Infierno, los ángeles caídos. Jesús, Dios Hijo encarnado, es la Luz Eterna que,
proviniendo eternamente del seno del Padre, ilumina con la luz divina de su Ser
divino trinitario a quien se le acerca con fe, devoción y amor, en la Sagrada
Eucaristía y en la Santa Cruz.
Pero el acercarnos a Jesús y dejarnos iluminar por su
divina luz, es algo que depende de nuestro libre albedrío, por eso, quien no
quiere ser iluminado por Cristo, vive en la oscuridad satánica, obra las obras
del Reino de las tinieblas, se goza en la oscuridad maligna y no se acerca a la
Luz Eterna, no se acerca, ni a la Eucaristía, ni a la Santa Cruz. De nuestra
libertad depende vivir, en el tiempo terreno que nos queda y luego en la
eternidad, en la luminosa Luz Eterna de Cristo Dios o en la oscuridad siniestra
de las tinieblas vivientes, el Reino de las sombras, donde no hay redención.
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