En este Evangelio podemos ver dos momentos en María Magdalena: en un primer momento, María Magdalena va al sepulcro, temprano por la mañana, pero encuentra la puerta abierta y el sepulcro vacío. Se pone a llorar, porque piensa que “se han llevado a su Señor”, cree que “el jardinero ha escondido el cuerpo” o lo ha trasladado a otra tumba. Cuando los ángeles le preguntan la razón de su llanto, dice: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Llora porque no cree en la Resurrección, no cree en las palabras de Jesús, a pesar de que Jesús la salvó de la muerte, a pesar de haber sido testigo de sus milagros, a pesar de haber escuchado su profecía de que habría de resucitar al tercer día, María Magdalena no cree. Luego, cuando ve a Jesús resucitado en persona, lo confunde con el cuidador del cementerio. Lo que sucede es que María Magdalena, si bien ama a Jesús, va en busca de un muerto: en su mente y en su corazón, Jesús está muerto y por eso busca un cadáver, un cuerpo sin vida.
En un
segundo momento, podemos constatar que se produce un cambio radical en María
Magdalena y este cambio se debe a Jesús: Jesús le infunde la luz de la gracia
santificante, necesaria no solo para creer en su resurrección, sino también
para reconocerlo a Él, glorioso y resucitado. En ese momento, cuando su mente y
su corazón son iluminados por la luz del Espíritu Santo, María Magdalena
reconoce a Jesús y lo llama afectuosamente “Rabboní”, que quiere decir
“maestro” y se postra en adoración ante Jesús. Jesús le dice que no lo toque y
esto se interpreta como que María Magdalena no tiene las manos consagradas como
los Apóstoles, es decir, no es sacerdote y por eso no puede tocar el Cuerpo
resucitado de Jesús y además porque María Magdalena está todavía en la tierra y
Él ya ha sido glorificado.
Debemos
imitar a María Magdalena en su amor a Jesús y acudir, no ya al sepulcro, sino
adonde Jesús está en Persona, vivo, glorioso y resucitado, que es en el
Sagrario, en la Sagrada Eucaristía, pero no debemos llorar de tristeza, sino de
alegría, porque nosotros, a diferencia de María Magdalena, que no creía en
Jesús resucitado y no sabía dónde se habían llevado al Cuerpo del Señor,
nosotros sí creemos en Cristo resucitado y sí sabemos dónde está el Cuerpo del
Señor Jesús, glorioso y resucitado: en la Sagrada Eucaristía. Allí, al igual
que María Magdalena, que se postra en adoración ante su Señor, debemos también
nosotros postrarnos en adoración ante Jesús, glorioso y resucitado en el
Santísimo Sacramento del altar.
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