“La Ira de Dios pesa sobre quien no cree en la
Presencia del Hijo en la Eucaristía” (cfr. Jn 3, 31-36). Para todos
aquellos malos cristianos, incluidos sacerdotes y obispos, que niegan a Dios
como castigador del mal, para todos aquellos que de forma errónea y herética
consideran a Dios como un Dios todo bondad, dulzura, paciencia y misericordia,
que no castiga al mal, que hace oídos sordos y cierra los ojos frente al mal provocado
por los pecadores impenitentes, Juan el Bautista es muy claro: “Quien no crea en el Hijo
de Dios, la Ira de Dios pesa sobre él”. Lo volvemos a repetir, son palabras de Jesús:
“Quien no crea en el Hijo de Dios, la Ira de Dios pesa sobre él”. De esta
manera, el Bautista revela que “de Dios nadie se burla”, porque puede haber alguien que,
durante toda su vida terrena, viva totalmente desinteresado de Jesús; puede
haber bautizados que, a pesar de haber recibido el Bautismo, la Comunión, la Confirmación,
decidan no creer en Jesús y abandonar, como de hecho lo hacen en gran número en
la actualidad, la práctica activa de la religión católica, pero estos tales no
deben confundirse y pensar que se reirán de Dios, porque al final de sus vidas,
luego de haber vivido como ateos prácticos, en el más craso materialismo y
relativismo, se encontrarán cara a cara con Jesús, pero no con un Jesús manso,
humilde, misericordioso, paciente, sino con un Jesús que es Justo y Eterno
Juez, que dará a quienes obraron el mal, a quienes no quisieron saber nada de
Él en esta vida terrena, a quienes lo ignoraron voluntariamente, lo que se
merecieron con esta actitud, la Ira Divina, la Justicia Divina justamente inflamada
en Ira Divina, que los castigará por toda la eternidad en el lago de fuego.
“La Ira de Dios pesa sobre quien no cree en la
Presencia del Hijo en la Eucaristía”. Tengamos cuidado los católicos, no
creamos en un Jesús de caricatura, en un Jesús que es solo risas y que se hace
el que no ve el mal, porque es verdad que Dios es misericordioso y paciente, pero
la paciencia y la misericordia de Dios se terminan cuando se termina esta vida
terrena. Vivamos de tal manera que, creyendo en la Presencia real de Cristo en
la Eucaristía, obremos la misericordia, para que en la eternidad no pese la Ira
de Dios sobre nuestras almas.
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