“¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mc 8, 34-38. 9,1). Con esta
pregunta retórica, Jesús quiere hacer ver cuán fútil y banal es el hombre
cuando deja de pensar en la vida eterna y, en vez de elevar los ojos del alma
al Reino de los cielos, que lo espera más allá de esta vida, en un movimiento
que le hace perder la trascendencia y sumergirse en la inmanencia, considera y
vive esta vida como si fuera la definitiva, perdiendo totalmente de vista la
otra vida.
Sin
la perspectiva de la vida eterna, todo se centra en la materia y en el tiempo,
y es así como el hombre rinde culto al cuerpo, como si el cuerpo, en su
condición terrena, fuera a durar para siempre: es verdad que durará para
siempre, porque la resurrección, sea para la condenación o sea para la
salvación, será con el cuerpo, pero el cuerpo sin glorificar, es decir, en el
estado actual, está destinado a morir y a disgregarse; sin la perspectiva de la
vida eterna, el hombre se dedica a vivir el tiempo de su vida terrena como si
fuera la única vida, sin darse cuenta que cada segundo que pasa, es un segundo
menos que lo separa de la eternidad; sin la perspectiva de la vida eterna, el
hombre se aferra al dinero, a los bienes materiales, a la salud, a la juventud,
y es así como busca poseer y acumular dinero y bienes materiales, y es así como
se preocupa exclusivamente por la salud corporal, como si no tuviera un alma
para salvar, y es así como pretende seguir siendo eternamente joven, a costa de
todo tipo de sacrificios y de intervenciones.
Es
así también como el joven piensa que será siempre joven y vive sin preocuparse
por el futuro, sin darse cuenta de que también la juventud corporal se termina,
indefectiblemente.
Cuando
el hombre hace esto, cuando se olvida del Reino de los cielos al cual está
destinado, se aferra a la apariencia del mundo, sin darse cuenta de que todo en
esta vida es, precisamente, apariencia, y que la vida que no termina nunca –en la
alegría o en el dolor- empieza cuando se cierran los ojos del cuerpo por la
muerte.
Por
eso la pregunta retórica de Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo
entero, esto es, acumular bienes, rejuvenecer el cuerpo con medidas
artificiales, hacer de todo para olvidarse que lo espera la muerte, si su destino
es morir a esta vida para empezar a vivir la vida eterna?”.
Es muy cierto. Muchas veces nos aferramos a cosas y esas cosas sacan a Dios de nuestros corazones, porque esas cosas ocupan el primer lugar y Dios queda en segundo termino y perdemos de vista lo ideal de cada Cristiano bautizado, que es la vida eterna. Bendiciones
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