“No hay otro signo que el de
Jonás” (cfr. Mt 12, 38-42). Frente al
pedido de un signo, Jesús contesta que el signo ya ha sido dado, y ese signo es
Jonás, y que no hay otro signo que este signo de Jonás.
En la vida de Jonás y en
todo lo que le acontece, está prefigurado y simbolizado el misterio pascual del
Hombre-Dios, Jesucristo: el ser arrojado de la barca –salir de este mundo por
la muerte en cruz-, en medio de una tormenta –la Pasión y muerte en cruz- a
las fauces de un monstruo marino –las entrañas de la tierra, el sepulcro, el
descenso al infierno- y el salir luego de tres días –desde el viernes santo
hasta el domingo de resurrección- vivo, por sus propios medios, de las entrañas
de este monstruo –la resurrección-.
Sólo que para los
contemporáneos de Jesús, el signo se vuelve realidad en Jesucristo: Jesucristo
realiza plenamente todo lo que está figurado y significado en Jonás, de ahí que
los contemporáneos de Jesús no tengan otro signo que el de Jonás.
Hoy en día pareciera que la
actitud se repite, y así como los contemporáneos de Jesús no veían ni el signo
ni la realidad que lo actualizaba, Jesús, así el mundo de hoy, repitiendo la
misma incredulidad, no ve el gran signo divino de la Iglesia Católica , la Eucaristía.
Así como para los
contemporáneos de Jesús no había otro signo que el de Jonás, así para este
tiempo presente, para nuestros contemporáneos, y para nosotros, no hay otro
signo que el que da la Iglesia Católica ,
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