“Todo es posible para el que cree”
(cfr. Mc 9, 14-29). Un padre de
familia viene a pedir por su hijo, quien está poseído por un demonio. Como él
mismo lo reconoce, su fe es débil –“Creo, ayúdame porque tengo poca fe”-, y por
eso la petición en la que parece no confiar demasiado en el poder de Jesús: “Si puedes… expulsa al demonio”. Pide a
Jesús la expulsión del demonio, pero sin mucho convencimiento: “Si puedes”. Jesús retoma la primera
parte de su petición en la respuesta: “Si puedes… Todo es posible para el que
cree”, como diciendo: “Claro que puedo, solo hace falta que tú creas”. El padre
de familia entiende lo que quiere decir, y por eso responde: “Creo”, pero sabe
que su fe es débil, y completa la petición: “Ayúdame, porque tengo poca fe”.
En las palabras de Jesús, todo es
posible para el que tiene fe: en este caso, es posible que un espíritu
infernal, superior en naturaleza al espíritu humano, sea expulsado del cuerpo
al cual posee, si se tiene fe en el poder de Jesús como Hombre-Dios, como Dios
encarnado que, asumiendo una naturaleza inferior, la humana, al ser Dios
Hombre, se convierte en rey de los ángeles y en dominador absoluto de las
potestades infernales.
Todo es posible para el que cree,
incluida la sanación de la posesión demoníaca, solo basta tener fe y Jesús
obrará el resto, y esta fe necesaria la demuestra tener el padre de familia, ya
que Jesús le concede la curación de su hijo.
El padre de familia obtiene la curación
de su hijo, ya que es posible para él, porque cree que Jesús puede hacerlo.
Pero hay milagros todavía más grandes y sublimes que el de la expulsión de un
espíritu infernal de un cuerpo humano, y estos milagros son la conversión de
una creatura en un hijo adoptivo de Dios, que pasa a ser hijo de Dios con la
misma filiación divina y eterna del Hijo natural de Dios, el Verbo eterno;
estos milagros mayores son, por ejemplo, la conversión de una materia inerte de
pan y vino en el cuerpo resucitado del Señor Jesús, o la renovación
sacramental, en el sacrificio del altar, del sacrificio cruento del Señor en la
cruz, o la Presencia
del Cordero que es la Lámpara
de la Jerusalén
celestial, en el altar de la Iglesia Católica , revestido de Pan, o el don del
Vino de la Alianza Nueva
y Eterna, en el convite eucarístico. Todo es posible para el que cree.
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