“Piden un signo y no se les
dará” (cfr. Mc 8, 11-13). Los
fariseos piden un signo del cielo para creer y Jesús afirma que no se les dará.
Un signo es algo que, o por relación natural –se da así en la realidad de la
naturaleza-, o por convención –no se da en la naturaleza pero todos quedamos de
acuerdo- señala la existencia o la realidad de una verdad o de algo[1].
Así, por ejemplo, el humo es
signo natural del fuego, indica la existencia del fuego, mientras que el rojo,
por ejemplo en un semáforo, es un signo convencional –la sociedad se pone de
acuerdo en darle el significado- de peligro. El rojo, convencionalmente, en el
semáforo, indica peligro. Humo y fuego son signos, uno natural, el otro,
convencional.
Ahora bien, los fariseos
piden un signo; ¿qué tipo de signos piden los fariseos?
Los fariseos no piden ni
signos naturales ni convencionales; piden “un signo del cielo” para creer, pero
Jesús, que viene del cielo, se niega a dárselos. Podríamos preguntarnos, si
Jesús es el Hombre-Dios, y como tal, Dios venido del cielo; ¿no podría haber
contentado a los fariseos haciendo un milagro? ¿Cuál es el motivo del rechazo
de Jesús?
El motivo de la negativa de
Jesús es que los fariseos piden un signo del cielo, pero rechazan el principal
y más grande todos los signos, que es el mismo Jesús. Jesús, Dios encarnado, es
el signo del cielo, el signo que Dios Padre envía a la humanidad[2]. Sus
milagros también son un signo del cielo, pero Él es el principal de todos los
signos, un signo no natural ni convencional, sino sobrenatural y
no-convencional.
Jesús es el signo principal
que envía Dios Padre, y es por eso que, si se lo rechaza, todo otro signo
carece de valor: de nada vale pedir signos –milagros- del cielo cuando se
rechaza al principal de todos estos signos del cielo, Jesús, Dios Hijo
encarnado. De ahí la negativa de Jesús de no dar más signos o milagros, porque
sería inútil que les hiciera milagros, ya que lo mismo no creerían.
Pero no son los fariseos los
únicos en pedir signos, rechazando el principal de todos. También dentro de la Iglesia , muchos bautizados
exigen signos del cielo para creer –curaciones, sanaciones, soluciones rápidas
a los problemas-, mientras dejan de lado el principal de todos los signos,
Cristo Jesús en la
Eucaristía.
La liturgia eucarística,
como misterio sobrenatural, es el principal de todos los signos del cielo aquí
en la tierra; es el signo más grande de la Presencia de Dios entre los hombres; es el signo
que señala la Presencia
de Dios hecho hombre en medio de los hombres, para que los hombres se hagan
Dios.
Por eso, más que distraernos en pedir signos del cielo, como curaciones,
sanaciones, soluciones cuasi-mágicas-, los cristianos debemos concentrarnos en
contemplar el signo más grande de todos, un signo que contiene algo más grande que los cielos eternos, Cristo Eucaristía.
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