(Domingo V - TO - Ciclo B - 2012)
“Jesús
se retiró a orar” (Mc ). Luego de
realizar varios signos prodigiosos, como curar enfermos –entre ellos, la suegra
de Pedro-, expulsar demonios y luego de predicar el evangelio, Jesús se retira “a un
descampado” a orar.
No se
trata de una mera narración de un día más en la vida de Jesús: en este Evangelio Jesús nos muestra cómo debe ser
el plan de vida de un cristiano para llegar al cielo: asistir a los enfermos,
luchar contra los verdaderos enemigos del hombre, que son los demonios, hacer
apostolado en su ambiente de vida y de trabajo, y orar. De todo esto, lo más
importante es la oración, porque por la oración el alma recibe la vida, la luz
y el amor de Dios, que le permiten hacer todas las otras cosas.
En otras
palabras, quien quiera salvar su alma, quien quiera habitar en las moradas de
Dios Trinidad por toda la eternidad, no tiene que hacer otra cosa que lo que
Jesús hace en este evangelio.
Jesús
cura a la suegra de Pedro y a varios enfermos: el cristiano, a imitación de
Jesús, debe prestar atención y cuidado a quienes están enfermos, del cuerpo o
del espíritu. Es una de las acciones que abren las puertas del cielo, según las
palabras de Jesús. Al final de los tiempos, en el juicio Final, Jesús dirá a
los que se salven: “Venid, benditos de mi Padre, porque estuve enfermo y me
cuidasteis”. Y al contrario, a los que se condenen, les dirá: “Apartaos de Mí,
malditos, al fuego eterno, porque estuve enfermo y no me cuidasteis”. Jesús
está en todo prójimo, pero de manera especial en los enfermos, y es por eso que
quien asiste a un enfermo, asiste a Cristo mismo que está en Él. Esto no
significa que sea necesario fundar una congregación religiosa que se dedique a
atender enfermos, como las Hermanas Misioneras de la Caridad , pues eso sería
imposible para muchos. Está mucho más al alcance: se trata de visitar y
asistir, en la medida de las propias posibilidades, a los seres queridos
enfermos, o a algún prójimo desconocido, por ejemplo alguien internado en un
hospital, que ha sido abandonado por su propia familia. El cristiano debe
practicar esta obra de misericordia, visitar enfermos, pero no es la única, ya
que la Iglesia
propone catorce obras de misericordia, espirituales y corporales, para que el
cristiano las practique y así haga méritos para llegar al cielo.
Jesús
expulsa demonios, y en esto también está el ejemplo de lo que cada cristiano
debe hacer para llegar al cielo: no que se convierta él en un exorcista, porque
eso es tarea del sacerdote ministerial, y solo aquel sacerdote designado por el
obispo; la lucha contra el demonio que todo cristiano debe emprender consiste
en discernir, con la luz de la gracia y del Espíritu Santo, las múltiples
tentaciones que el Tentador arroja a cada paso, que buscan precisamente alejar
al alma del camino de Dios. Por ejemplo, si Jesús dice que el que quiera
seguirlo debe cargar su Cruz cada día y seguirlo, el demonio lo tienta con una
vida más “relajada y tranquila”, sin tanto sacrificio ni cosas por el estilo.
Si Jesús dice: “Ama a tus enemigos” y “Perdona setenta veces siete”, el Tentador
dice: “No ames ni perdones; véngate de quien te hace mal o te persigue, por
medio de la calumnia y la difamación”. No en vano San Pablo dice que “nuestra
lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra las potestades oscuras de
los cielos”, porque es el demonio, y todo su séquito de ángeles apóstatas,
quienes tientan al hombre para que este deje de lado las enseñanzas de Jesús y
obre de acuerdo a su perversa y torcida intención.
Jesús
predica el evangelio, y aquí también el cristiano tiene el modelo y el ejemplo
de lo que debe hacer para ganarse el cielo. No quiere decir que para imitar a
Jesús tenga que viajar a Palestina y vestir túnica y sandalias; la prédica de la Buena Noticia de Jesús la debe
hacer en su ámbito de vida y de trabajo, con los seres que lo rodean, con los
conocidos y los desconocidos, con los queridos y con los no tan queridos; en
definitiva, todos tienen que ver en el cristiano un apóstol de Jesús que
predica la Buena Noticia
del Evangelio. Pero como el elemento central de esta Buena Noticia es la
caridad, es decir, el amor sobrenatural a Dios y al prójimo, el cristiano no
puede predicar el amor al mismo tiempo que, con sus palabras, sus deseos, sus
obras, niega el amor. No puede el cristiano evangelizar un ambiente determinado,
contaminado, por ejemplo, por la lascivia, si él mismo no lucha contra la
tentación de la carne y se deja arrastrar por la lujuria; no puede el cristiano
predicar de la vida eterna, y al mismo tiempo ser materialista, interesado solo
en los bienes terrenos y en pasarla bien y disfrutar de la vida, porque esas
son actitudes que niegan la vida eterna, porque para alcanzar la vida eterna se
debe desprender de las cosas materiales y vivir la mortificación de los
sentidos; no puede el cristiano evangelizar su ambiente, familiar, de estudio,
de trabajo, contaminado por la adoración idolátrica del fútbol, de la política,
de la televisión, si él mismo no es un adorador de la Eucaristía.
Jesús va
a un descampado a orar, y aquí está el más grandioso ejemplo que Jesús nos deja
si queremos llegar al cielo: la oración, porque si no hay oración, nada de lo
que haga el cristiano tiene valor. Por el contrario, sin oración, aún si el
cristiano tuviera ocupadas las veinticuatro horas del día visitando enfermos y
presos, dando de comer a los pobres, haciendo oraciones de sanación para
expulsar demonios, y evangelizando, aún si hiciese esto, pero no rezara,
estaría cayendo en un grave error, en un peligrosísimo error, una herejía que
lo convertiría en el más abominable de todos los herejes, porque estaría
cometiendo la herejía del activismo, en donde se confía más en las propias
fuerzas y en la propia actividad, que en la gracia de Dios. Se trata de un
error gravísimo, porque en el fondo, si ocupo las veinticuatro horas del día en
hacer cosas, aun cuando sean buenas y sean para el Reino de Dios, pero no pongo
a la oración en el lugar central, con mi actividad frenética y febril, niego en
la realidad al Dios en quien digo creer, para erigirme yo mismo en mi propio
dios, que todo lo puedo con mi esfuerzo.
Por el
contrario, quien pone en primer lugar a la oración, reconoce su nada y su
miseria –“nada mas pecado”, dicen los santos-, y postrado espiritualmente ante
Dios Trino, recibe de Él su luz, su gracia, su perdón, su vida, su paz, su
amor. En la oración, el alma nunca está sola, y nunca deja de ser escuchada, y
no solo, sino que nunca se queda sin recibir de Dios su palabra, aún cuando no
escuche su voz audiblemente.
Sin
oración, ninguna actividad, por buena que sea, tiene sentido ni es meritoria
para ganar el cielo; con oración, por el contrario, aún la acción más
insignificante, como por ejemplo, dar un vaso de agua en nombre de Cristo, abre
las puertas del cielo, porque conmueve al corazón de Dios.
Rezar,
visitar enfermos y presos, hacer apostolado en el propio ámbito de vida y de
trabajo, luchar contra la tentación que como trampa tiende el Tentador, este es
el sencillo y único camino que conduce al Cielo, el Camino Real de la Cruz , el que nos muestra
Jesús.
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