“¡Retírate de Mí, Satanás!” (Mc 8, 27-33). Sorprende que poco tiempo después de haber felicitado
a Pedro por su respuesta acerca de su identidad mesiánica, debida a una
inspiración directa de Dios Padre, Jesús reprenda duramente a Pedro, llamándole
“Satanás”. Probablemente, puesto que Jesús es Dios, estaba viendo a Satanás en
persona, al lado de Pedro, que le acababa de sugerir la respuesta que provoca
su enojo.
Sin embargo, más que la presencia de
Satanás, lo que molesta a Jesús es el rechazo que Pedro hace de la cruz, porque
rechazar la cruz es rechazar al mismo Cristo y al designio salvador de Dios,
que quiere salvarnos solo a través de la cruz. En la cruz, y solo en la Cruz , Cristo Dios cambia
nuestro destino de muerte en destino de vida eterna; cambia la tristeza en
alegría, el dolor y la enfermedad, en consolación y paz para el alma. No hay
otro camino de salvación que no sea el de la Cruz , y por eso, quien se opone a la Cruz , como lo hace Pedro,
inducido por Satanás, se opone al plan salvador de Dios, se alía a Satanás y se
convierte en enemigo de Dios. De ahí el enojo de Jesús.
La otra enseñanza que nos deja el
episodio del Evangelio, es cómo Pedro cae en el engaño satánico del rechazo de
la cruz, por no hacer un buen discernimiento de espíritus. Responde
afirmativamente a la iluminación de Dios Padre, que le dice que Jesús es Dios
Hijo y el Mesías Salvador de los hombres, pero también presta oídos a Satanás,
que le sugiere oponerse a la Cruz
de Jesús.
Toda alma debe hacer siempre un buen
discernimiento de espíritus, y aprender a diferenciar cuándo un pensamiento
viene de Dios, y cuándo del demonio. Cuando el alma rechaza la Cruz , esto es, se queja de
sus tribulaciones, o no perdona, o no obra la misericordia, o se deja llevar
por los atractivos del mundo, eso es un indicio de la cercana presencia del
demonio y de que se le escucha al ángel caído y no a Dios, como Pedro en el
Evangelio.
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