“Si no perdonan, el Padre del
cielo no los perdonará” (Mt 6, 7-15).
El cristiano debe perdonar porque él mismo ha sido perdonado por Dios Padre
desde la Cruz , y
por este motivo, el cristiano no tiene motivos para no perdonar a su prójimo.
Perdonar al hombre, a todo
hombre, le ha costado a Dios Padre nada menos que la vida de su Hijo Dios, y
por eso no puede obtener perdón ni misericordia quien no imita a Dios Padre,
perdonando a su enemigo.
La advertencia va dirigida
no tanto a los paganos, esto es, a quien no conoce a Cristo, sino a los
cristianos, y de modo especial, a quienes se dicen a sí mimos “cristianos
practicantes”, y mucho más a quienes alcanzan grados de compromiso elevados,
como por ejemplo, quienes integran alguna asociación, alguna agrupación, algún
movimiento o quienes se han consagrado a la Virgen.
Si estos cristianos, por el
motivo que sea, no se muestran indulgentes para con su prójimo, perdonando sus
fallas –o, al revés, pidiendo perdón si fueron ellos los que se equivocaron-,
se convierten en lo que San Luis María Grignon de Montfort llama “devotos
presuntuosos de la Virgen ”,
que esconden su soberbia bajo una capa de piedad y devoción.
Quien no perdona, comete un
grave pecado de soberbia y al mismo tiempo desprecia la Sangre de Cristo, que la ha
derramado en la Cruz
precisamente para perdonarnos a todos, que éramos enemigos suyos por el pecado.
Quien no perdona, y quien no pide perdón, llamándose “cristiano practicante”,
ofende a Dios Padre, porque no quiere imitarlo en su gesto misericordioso;
calumnia a su hermano, porque en la falta de perdón hay siempre un juicio
negativo e infundado sobre el prójimo; y llena su corazón de negro
resentimiento, aún cuando intente ocultarlo bajo un manto de piedad, asistiendo
a Misa todos los días e incluso comulgando y confesando.
“Si no perdonan, el Padre
del cielo no los perdonará”. Dios es infinitamente misericordioso, pero también
infinitamente justo, y no puede dar misericordia a quien no es misericordioso
con su prójimo, perdonándolo.
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