(Domingo
VII – TO – Ciclo B – 2012)
“Hijo, tus pecados son
perdonados” (cfr. Mt 9, 1-8). Jesús
perdona los pecados de un paralítico, el cual es llevado ante su Presencia en
una camilla por cuatro hombres. Al escuchar a Jesús, algunos escribas piensan
que Jesús es un blasfemo, porque se atribuye un poder divino, ya que solo Dios
puede perdonar los pecados. Jesús, que conoce sus pensamientos, para demostrar
su divinidad, cura milagrosamente al paralítico, el cual sale caminando por sus
propios medios. Si Jesús no curaba físicamente al paralítico, como el perdón de
los pecados es una acción invisible e insensible, puesto que se da en el
espíritu por la gracia, los escribas que lo escuchaban habrían persistido en su
error de pensar que blasfemaba; pero al hacer el milagro físico luego de
perdonar los pecados, como es un milagro que solo se puede hacer con el poder
de Dios, confirma con este lo que asevera con sus palabras, que Él es Dios. En
otras palabras, Jesús se auto-proclama Dios, indirectamente, al decir: “Tus
pecados te son perdonados”, y luego, hace un milagro de curación física,
visible, sensible, para respaldar y garantizar que sus palabras son verdaderas.
Al milagro interior, invisible e insensible, del perdón de los pecados, le
sigue otro milagro, exterior, visible y sensible, la curación física y corporal
del paralítico, como modo de corroborar su identidad divina y su capacidad de
perdonar los pecados. En adelante, los escribas no pueden decir que Jesús no es
Dios, so pena de caer ellos en la blasfemia.
Más allá de todo esto,
debemos ver al sacramento de la confesión en esta escena evangélica de la
curación del paralítico, ya que en ella está representado.
En la escena, Jesús,
Sacerdote Sumo y Eterno, perdona los pecados del paralítico y luego le cura la
parálisis física, de modo que el paralítico puede retirarse por sus propios
medios. El paralítico recibe una doble curación, espiritual y física, y esto constituye
una representación de lo que sucede espiritualmente en la confesión
sacramental. El paralítico representa al hombre en pecado: así como las piernas
inmovilizadas le impiden el caminar por la senda que lo lleve a su destino, así
el pecado, que inhiere en el alma, inmoviliza a esta impidiéndole seguir por el
camino que la lleva al cielo, el Camino de la
Cruz. Y de la misma manera a como la
omnipotencia divina de Jesús cura las lesiones medulares, óseas, musculares,
nerviosas, que impedían el movimiento voluntario de las piernas, así la gracia
divina de Jesús sana el alma, eliminando aquello que le provocaba la parálisis
espiritual, el pecado.
Es esto lo que sucede en
cada confesión sacramental, invisible e insensiblemente, en el alma de la
persona que se confiesa. Por intermedio del sacerdote ministerial, la gracia de
Jesucristo se dirige al alma y le quita el pecado, que le impedía caminar en
dirección del seguimiento de Jesús, el camino de la
Cruz. Y también por la gracia, al igual que
el paralítico, que se incorpora y comienza a vivir una vida nueva, ya curado,
el alma, quitado ya el pecado, puede incorporarse, levantándose de la
postración espiritual a la que el pecado la tenía sometida.
Pero aquí no termina el
significado de la doble curación del paralítico: así como la gente que observa
la curación milagrosa, según el Evangelio, se asombra diciendo: “Nunca hemos
visto nada igual”, y “glorifica a Dios”, así también el alma, perdonado el
pecado, debe encaminarse en la dirección del camino de la Cruz , que lo conducirá a la
glorificación de Dios Uno y Trino.
Esta glorificación de la Trinidad está significada
en la frase “Levántate y camina”, porque no solo le está diciendo que use de
sus piernas, ahora sanas y fuertes, para valerse por sí mismo y para no usar
más la camilla. El paralítico ha recibido una nueva vida en todo sentido,
puesto que ahora, sin su parálisis corporal, y sin la parálisis del espíritu,
que detiene el camino hacia Dios, puede iniciar su nueva vida, que no consiste
solo en poder caminar y hacer lo que antes no podía. Tampoco significa que por
el perdón de los pecados, ahora simplemente puede rezar, cosa que antes no
hacía.
La frase: “Levántate y
camina” está significando algo mucho más grande y profundo de lo que parece a
simple vista y es importante considerarlo porque en la acción sobre el
paralítico se simboliza la acción de Jesús sobre toda alma que se acerca a la
confesión sacramental.
Lo que le dice al
paralítico lo dice a toda alma que se confiesa, y de ahí la importancia de
considerarlo, más allá del perdón de los pecados y de la curación física: “Con
tus pecados perdonados, con tu nueva vida, la vida divina que te comuniqué,
levántate y camina en dirección al Padre”.
Es lo que hace Jesús con
nosotros sacramentalmente, al perdonarnos nuestros pecados en la confesión: no
solo nos perdona los pecados, sino que nos concede una vida nueva,
absolutamente nueva y distinta a la vida nuestra humana; nos concede una
participación en la vida completamente divina de Dios Uno y Trino, de modo que
en el alma en gracia, quienes vienen a inhabitar en el alma son nada menos que
las Tres Personas Divinas de la
Trinidad. Y esa Presencia, que es Presencia activa y dinámica
porque comunica una nueva dynamis,
una nueva energía, es el origen y la fuente de la vida nueva del cristiano.
Por último, hay algo en
la confesión sacramental que no está presente en la doble curación del
paralítico: mientras el paralítico, al verse curado, se incorpora de modo
inmediato para comenzar la nueva vida que le ha sido dada, sin más esfuerzo que
el que le requieren sus músculos para la acción de incorporarse y caminar, el
alma, después de la confesión sacramental, para verdaderamente caminar en la
dirección del seguimiento de Cristo, en el Camino Real de la Cruz , debe tener lo que se
llama “propósito de enmienda”. Es esta intención, que nace de un corazón
contrito y humillado, consciente de la maldad del pecado que es como un
cachetazo al rostro de Cristo Dios, la que abre las puertas del corazón para
que entre la gracia y esta pueda ejercer su efecto saneador y santificante. De
otro modo, sin propósito de enmienda, la confesión sacramental queda privada de
su eficacia, reduciéndose a algo similar a una consulta psicológica y a algún
que otro consejo y nada más. Sin el propósito de enmienda, el alma, aún
confesándose, queda con la misma parálisis espiritual, y peor todavía, porque
su parálisis se ha agravado al realizar una confesión sacrílega y al haber
cometido un pecado mortal en la misma confesión.
Es por esto que el
episodio del Evangelio debe llevarnos a meditar en cómo hacemos nuestra
confesión sacramental y cuán sincero es nuestro propósito de enmienda,
planteándonos algunas preguntas: ¿Salimos
de nuestros malos hábitos y de nuestra relajación, de nuestra tibieza y de
nuestra parálisis? ¿Estamos firmes en nuestras resoluciones?
Pero para estar seguro
de la sinceridad de nuestro propósito de enmienda, al confesarnos, es
conveniente tener la misma intención de los santos, como por ejemplo, Santo
Domingo Savio, que murió a los quince años. Este joven santo había escrito
varios propósitos el día de su Primera Comunión, pero el primero de todos era:
“Prefiero morir antes que pecar”. El cumplimiento de ese propósito lo llevó al
cielo. Si nos fijamos bien, es lo que pedimos en cada confesión sacramental,
solo que lo hacemos, la gran mayoría de las veces, de modo distraído: “Antes
querría haber muerto que haberos ofendido”. No puede ser de otra manera, porque
nadie se condena por la muerte física, pero sí el alma se condena en el
infierno eterno por el pecado mortal.
“Levántate y camina”. Eso mismo nos dice Jesús
después de cada confesión sacramental: En cada acción sacramental, por la cual
nos dona Su Presencia, Jesús nos dice lo que al paralítico: “Levántate y
camina, como hijo de Dios que eres, en el tiempo de tu vida, en dirección al
Padre; vive con tu nueva vida de hijo de Dios y dirígete hacia Él con todas tus
nuevas fuerzas, caminando por el Camino real de la Cruz , el único camino que
conduce a la feliz eternidad”.
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