(Domingo IV - TO - Ciclo A – 2020)
“Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del
mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba
en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de
muerte, una luz les brilló” (Mt 4, 12-23).
El Evangelio describe la ausencia y presencia de Jesús en términos de oscuridad
y de luz, respectivamente: para el evangelista, la presencia de Jesús cumple
una profecía en la que la tierra es descripta espiritualmente como cubierta de tinieblas
y sombras de muerte, para luego ser visitada por una luz que viene desde la
eternidad para iluminarla. Esto lo dice el mismo Evangelio, al relatar el
traslado de Jesús desde Nazareth a Cafarnaúm: “Tierra de Zabulón y tierra de
Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El
pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en
tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Es decir, la Galilea de los
gentiles, hacia donde se traslada Jesús, es la tierra que “habitaba en
tinieblas”, cuyos habitantes vivían “en sombras de muerte”: la Galilea de los
gentiles es la tierra y la humanidad sin Cristo, que por esto mismo viven
envueltos en “tinieblas y sombras de muerte”; a estos tales, es decir, a la
humanidad y a los hombres, los visita una luz que disipa las tinieblas: “una luz
les brilló”. Entonces, cuando Jesús está ausente, la Galilea de los gentiles
está en oscuridad, pero cuando Jesús la visita, es iluminada por una luz. Ahora
bien, es necesario establecer la naturaleza de la luz que ilumina a la Galilea
de los gentiles: no se trata de una luz creada; no se trata ni de la luz del
sol, ni de la luz artificial: se trata de la luz eterna, Cristo Dios encarnado,
que por ser Dios es al mismo tiempo Luz Eterna e Inaccesible y que con esta luz
disipa las tinieblas en las que vive la humanidad.
“Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del
mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba
en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de
muerte, una luz les brilló”. Lo que se dice de la humanidad, se puede decir de
cada alma en particular: mientras no está Cristo Dios en esa alma, aunque el
alma esté iluminada por la luz del sol, es un alma que está en “tinieblas y
sombras de muerte”, es decir, está envuelta en las tinieblas del pecado, además
de estar rodeada por las sombras de muerte que son los ángeles caídos o
demonios. También la muerte la acecha, porque sin Cristo el alma no tiene la
vida de la gracia. Por el contrario, cuando el alma está en gracia, inhabita en
ella Cristo Dios, que es Luz Eterna y ya no vive por lo tanto “en sombras de
muerte”, sino que vive iluminada y con la luz de Dios, porque Dios es luz y es
además luz viva, que vivifica con la vida divina a quien ilumina. Entonces, cuando
el alma está en pecado, es la Galilea de los gentiles, la tierra que habita en
tinieblas y sombras de muerte; cuando el alma está en gracia, tiene en ella a
Cristo que es Dios y es Luz eterna, que la ilumina y vivifica con la luz de su
Ser divino trinitario.
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