Cuando se lee en los Evangelios cómo eran los momentos
previos al Nacimiento del Niño Dios, se puede comprobar, con cierta tristeza, que la
Virgen, encinta y a punto de dar a luz, acompañada por su esposo legal San
José, comienza a recorrer las posadas de Belén en busca de reposo, calor y un
lugar para el Nacimiento, pero se dan con la amarga sorpresa de que en ninguna
de estas posadas había lugar para ellos: “no había sitio para ellos en el
mesón” (cfr. Lc 2, 7). Es decir, las posadas de Belén, que están bien iluminadas,
bien calefaccionadas, llenas de gente despreocupada, en donde abundan la
riqueza y las risotadas, en donde lo que se hace es bailar y festejar
mundanamente, no tienen lugar para un Dios que está por nacer de una Madre Virgen.
Estas posadas representan a los corazones de los hombres que viven sin Dios,
que no lo conocen y no lo aman y tampoco quieren recibirlo en sus vidas; estas posadas ricas de Belén son la representación de los hombres
mundanos y terrenos, que se dejan llevar por los placeres concupiscibles, que
tienen sus corazones repletos de amores mundanos y en los que no hay cabida
para que nazca Dios en ellos. El lugar que debería ocupar Dios, está ocupado
por ídolos: dinero, poder, placer, goce de las pasiones. Hay lugar para todas
estas alegrías perversas, pero no para que nazca Dios y por eso en estos
corazones sólo hay amor egoísta humano y no Amor de Dios.
Quien sí se presta para que nazca el Niño Dios en él es el
pobre Portal de Belén, en realidad un tosco refugio de animales –un buey y un
asno- que, como tal, es oscuro, frío, indigno de ser habitado por el hombre: el
Portal de Belén es una representación del corazón del hombre pecador, que al
igual que el hombre de las posadas de Belén está sin Dios, pero que no duda en
darle un lugar en su corazón para nazca en él el Niño Dios. Es el hombre que
desea con todo su corazón que el Niño Dios nazca en él, porque quiere recibir a
su Dios que viene a él como Niño recién nacido. A pesar de ser miserable y
pobre, el hombre que desea a Dios, representado en el Portal de Belén, no duda
en abrir las puertas de su corazón de par en par, para que el Niño Dios
convierta al Portal de Belén, su pobre corazón, en el Cielo en la tierra, con
su gracia.
Esto debe llevar a preguntarnos cómo es nuestro corazón en
relación al Niño Dios, si es un corazón egoísta y soberbia, como las ricas
posadas de Belén, o si es, por el contrario, el corazón pobre de un hombre
pecador que a pesar de sus miserias y pecados, desea recibir a Dios que viene a
él.
La respuesta es que para que el Niño Dios nazca en nuestros
pobres corazones, debemos dejar entrar primero a la Virgen
María, que es la que porta consigo al Niño Dios y es de la cual nace Jesús, quien alumbrará nuestras almas con su luz eterna.
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