“El
sembrador salió a sembrar” (Mc 4,
1-20). Jesús narra la parábola del sembrador que siembra y las semillas tienen
diversos destinos, siendo así que sólo unas cuantas dan fruto, mientras que las
demás no. Él mismo explica la parábola y para entenderla, es necesario
comprender que los distintos tipos de terrenos en donde caen las semillas, son
los corazones humanos, siendo el corazón humano en gracia el único en el que
las semillas dan fruto. Los distintos tipos de suelos son distintos tipos de corazones;
así, por ejemplo: el terreno al borde del camino es quien escucha la palabra,
pero conoce el culto a Satanás y decide darle culto a él, sea directamente o a
través de ídolos demoníacos como el Gauchito Gil, la Santa Muerte o la Difunta
Correa; el terreno pedregoso son los que escuchan la Palabra, la comprenden, se
alegran por ella y su mensaje, pero ante una dificultad o incluso ante la
persecución que sobreviene por la Palabra, la dejan de lado, porque no
permiten, con su actitud, que la Palabra eche raíces en ellos. Las zarzas, con
sus espinas, son los corazones que escuchan la Palabra pero se dejan seducir
por las riquezas del mundo y sus vanidades y es por esto que la Palabra no da
frutos en ellas. Por último, el terreno fértil, es el alma en gracia que recibe
la Palabra, que no se deja tentar por Satanás, que no abandonan la Palabra ni
por las preocupaciones ni por las tribulaciones y tampoco la abandonan por las
seducciones y riquezas del mundo, y es así como dan frutos de santidad, el
ciento por uno.
“El
sembrador salió a sembrar”. Dios Padre es el sembrador, que siembra la semilla
de la Palabra, su Hijo Jesús, en nuestros corazones, todos los días. A diferencia
del terreno, que en sí mismo no puede cambiar, nuestro corazón puede, si lo
quiere, alojar en sí la gracia y así hacer que la Palabra dé el ciento por uno
en frutos. ¿Qué clase de terreno es nuestro corazón?
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