“Tú
eres el Hijo de Dios” (cfr. Mt 8, 29).
Jesús hace varios exorcismos y en los momentos en los que los demonios salen de
los cuerpos de los posesos, hacen una llamativa declaración, en relación a
Jesús, además de postrarse delante de Él: “Tú eres el Hijo de Dios”. Esto
demuestra, por un lado, la existencia de los demonios y que es falso considerar
que un endemoniado es un epiléptico, como hacen muchos que niegan la realidad
del Infierno y del demonio: un epiléptico es un epiléptico y un endemoniado es
un endemoniado, porque los demonios existen y poseen los cuerpos de las
personas; por otro lado, demuestra que los demonios saben quién es Jesús: saben
que es el Hombre-Dios, saben que es Dios Hijo encarnado y no simplemente un “hombre
de Dios” o un “hombre santo”, sino Dios Hijo encarnado y esto lo saben no
porque puedan contemplar a la Persona Segunda de la Trinidad en Jesús de
Nazareth –la contemplación la beatífica la perdieron junto con la gloria por su
rebelión en los cielos-, sino porque experimentan, a través de la voz humana de
Jesús, la omnipotencia divina de Dios, que se expresa y manifiesta a través de
la voz humana de Jesús de Nazareth y es por esa razón que a la sola orden de
Jesús, los demonios son exorcizados, es decir, abandonan inmediatamente el
cuerpo del poseso en el que se encuentran.
“Tú
eres el Hijo de Dios”. Los demonios no son ejemplo de nada, pero en este caso,
paradójicamente, sí, porque los humanos deberíamos imitarlos en esto: en
reconocer en Jesús al Hijo de Dios, omnipotente, y deberíamos también, como lo
hacen los demonios del episodio del Evangelio, proclamar que Jesús es Hijo de
Dios postrándonos ante su Presencia Eucarística. Así la Iglesia y el mundo
tendrían una abundancia de paz y de amor de Dios jamás conocidas.
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