Cuando contemplamos el Pesebre de Belén, surge un
cuestionamiento: ¿cuál es la razón o el motivo que lleva a Dios Hijo a
encarnarse y luego nacer milagrosamente y manifestar su gloria en la Carne de
un niño recién nacido? ¿Por qué razón Dios, que es omnipotente,
todopoderoso, omnisciente, toma la decisión de encarnarse y venir a la tierra e
ingresar en la historia humana, desde su eternidad, y elige para hacerlo como
un niño débil e indefenso?
¿Cuál es la razón por la que Dios, que es la Vida
Increada en Sí misma y el Autor y Creador de toda vida participada, desciende
desde el seno del eterno Padre al seno de la Virgen Madre, teniendo desde ese
momento la necesidad de que su Madre le comunique de su substancia materna para
poder vivir?
¿Por qué Dios, siendo Invisible y viviendo en una luz
inaccesible, viene a nuestra tierra, inmersa en “oscuridad y sombras de muerte”,
haciéndose visible al adoptar para Sí un alma y un cuerpo humanos, uniéndolos a
su Persona divina?
Una respuesta es que el Niño del Pesebre de Belén ha
venido para salvar al mundo de sus tres grandes enemigos –el Demonio, el Pecado
y la Muerte- y que por esta razón es llamado “Redentor”, pero no es éste el
motivo principal por el cual el Verbo de Dios decide encarnarse, en el
cumplimiento de la voluntad del Padre, por medio del Espíritu Santo.
Además de Redentor, el Niño de Belén es Dador de dones
y, sobre todo, es el Dador del Espíritu Santo –Él lo donará a la Iglesia en
Pentecostés-; por esta razón, el motivo último de la Encarnación y Nacimiento
del Hijo de Dios encarnado no es sólo el perdón de los pecados, ni la derrota
definitiva del demonio y de la muerte, sino algo más sublime y grandioso, el
don del Espíritu Santo, el Amor de Dios.
Precisamente, es el Amor de Dios, el Espíritu Santo,
quien trae al Niño de Belén a este mundo y es el mismo Espíritu Santo el cual
será donado por el Niño de Belén cuando, ya adulto, abra sus brazos en la Cruz
y permita que su Corazón sea traspasado, para así provocar la efusión el
Espíritu Santo con la efusión de Sangre del Sagrado Corazón.
Entonces, la respuesta a las preguntas iniciales es
que el Niño del Pesebre ha venido a este mundo para infundir el Amor Eterno del
Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, a la Iglesia y a las almas.
El Niño Dios viene para dar el Amor Divino a las
almas, y lo dona en el momento en que su Corazón Sagrado es traspasado en la
Cruz, aunque también lo dona en cada comunión eucarística cuando sopla el
Espíritu Santo sobre las almas junto a su Padre.
Es importante tener esto en cuenta porque cuando el
Niño del Pesebre, devenido ya en hombre adulto y convertido en el Hombre-Dios
venga por Segunda Vez, al fin de los tiempos, buscará en las almas el Amor de
Dios que Él vino a traer y a infundir en las almas.
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