Al considerar el
Nacimiento de Belén y sus circunstancias, algo que llama inmediatamente la
atención es la pequeñez, al menos aparente, del acontecimiento, según es
narrado en ese libro de historia religiosa que es la Biblia. Desde el punto de
vista humano, no se trata de un hecho significativo, grandioso, monumental, o
trascendental, tal como sucedió, por ejemplo, en grandes batallas en donde
intervinieron miles de soldados y se decidió la historia de esos pueblos en el
porvenir inmediato; tampoco es un acontecimiento grandioso, como la conquista
de un país o de una gran ciudad, ni un hecho como el nacimiento, apogeo o
decadencia de un imperio.
Todavía, más, podríamos
preguntarnos, estrictamente desde el punto de vista histórico la razón y el por
qué, al ser un hecho tan insignificante desde el punto de vista humano, figura
en un libro de historia religiosa, cuando contemporáneamente había, siempre
desde el punto de vista humano, eventos más importantes o trascendentes, como
la presencia del imperio romano en Palestina y sus operaciones.
Cuando se consideran las
cosas desde este punto de vista, no parece tener sentido que los autores
sagrados dejen de lado eventos relacionados con el imperio, para fijar su
atención en un matrimonio hebreo pobre en el que la madre, que está a punto de
dar a luz, debe recurrir a un refugio de animales al no encontrar sitio en una
posada. Es decir, no se justifica, desde el punto de vista humano, la detención
de la narración en un hecho que humanamente es insignificante, cuando se tienen
en cuenta otros factores como el mencionado imperio romano.
En otras palabras, los escritores
evangélicos, si se hubieran dejado llevar por un criterio meramente humano,
habrían recogido las crónicas de personajes importantes del imperio, como el
emperador romano y sus decisiones sobre Palestina, o habrían escrito acerca de
los reyes hebreos de la época, o los acontecimientos históricos del momento,
etc.
Ahora bien, sabemos que
todo esto es considerado desde un punto de vista meramente humano, pero cuando
se trata del Nacimiento de Belén, no cabe el punto de vista humano sino el
divino, puesto que se trata del Nacimiento en el tiempo, en la historia humana,
del Hijo de Dios, de la Palabra de Dios eternamente pronunciada. Es esto lo que
justifica plenamente que los narradores evangélicos centraran su atención no en
eventos geopolíticos del momento ni en personajes importantes en ese momento de
la historia, sino en una humilde familia hebrea cuyo primogénito nace en un
también humilde portal, refugio de animales. La razón se justifica cuando se
observa el Nacimiento desde la óptica divina: el que nace en un pobre portal de
Belén no es un niño cualquiera, sino Dios que se hace Niño sin dejar de ser
Dios. El que nace es el Emperador Victorioso que triunfa en la Cruz sobre los
grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte. La narración
del Nacimiento se justifica porque es un evento que marca la historia de la
humanidad en un antes y un después y fija el destino eterno de todo hombre en
relación al Niño que nace en Belén: quien lo reconoce como Dios se salva, quien
no lo reconoce, se condena y esto por la eternidad.
Por esto, está más que
justificado que los evangelistas centren su atención en algo que es humanamente
tan pequeño, pero que es tan trascendental para la humanidad entera, tal como
lo es el Nacimiento del Niño Dios en Belén. Se puede decir, con toda razón, que
el Nacimiento de Belén es el centro del universo visible y también del
invisible, pues el Niño que nace es el Rey de hombres y también de los ángeles.
Lo que captura la atención de los evangelistas es el Niño de Belén, Dios Hijo
hecho Niño sin dejar de ser Dios. Belén se convierte, por el Nacimiento, en el
centro del universo visible e invisible y en el centro de la historia humana y
de todo hombre. Al contemplar la escena del Pesebre de Belén, no dejemos de
considerar lo que consideraron los evangelistas –y ésa es la razón del porqué
escribieron acerca de este evento-: el Niño del Pesebre es Dios Hijo en
Persona, que viene a nuestro mundo como un Niño, pero es Dios omnipotente y
omnisciente.
Entonces, si los
planetas giran alrededor del sol, todo el universo visible e invisible –los planetas,
las estrellas, el sol, la tierra, los ángeles- gira en torno al Niño del
Pesebre, Dios Hijo encarnado y esto es lo que justifica su narración en un
libro de historia sagrada como lo es la Biblia.
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