“No
se enciende una lámpara para ponerla debajo de una cama” (cfr. Mc 4, 21-25). ¿Qué nos quiere decir
Jesús con esta imagen? Para saberlo, hay que reemplazar los elementos naturales
por los sobrenaturales. Así, la lámpara, sin encender, es el alma tal como es
creada por Dios, es decir, sin la gracia santificante, que la hace hija de Dios
adoptiva y heredera del Reino de los cielos, además de quitarle el pecado,
concederle la vida eterna y sustraerla del poder del Demonio; la lámpara
encendida, es el alma que recibió la luz de la gracia, es el alma que fue
iluminada, primero en el Bautismo y después en la Primera Comunión y cada vez que
recibió un sacramento, la luz de la gracia santificante. Cuando el sacerdote
bautiza, es Dios quien enciende una lámpara para ser puesta en el candelero y
el candelero es este mundo que vive en tinieblas y en sombras de muerte. La luz
de la gracia ilumina este mundo en tinieblas y cuando el alma es encendida en
la luz de Dios, es decir, cuando recibe la gracia, es para que ilumine este
mundo tenebroso. Ahora bien, la lámpara la enciende Dios, pero que esté en el
candelero y alumbre o esté debajo de una cama y no alumbre depende, por así
decirlo, de la libertad humana. En otras palabras, hay muchísimas almas que han
sido encendidas con la luz del Bautismo sacramental, pero en vez de alumbrar al
mundo con la luz de la fe, prefieren permanecer en tinieblas, es decir, vivir
de un modo pagano y no cristiano. Esto ya no depende de Dios, lo volvemos a
repetir, si el alma ilumina o no ilumina al mundo con la luz de la fe, sino que
depende del libre arbitrio humano. Éste es el sentido de la frase de Jesús: “No
se enciende una lámpara para ponerla debajo de una cama”.
De
nosotros depende, entonces -de nuestra frecuencia a los sacramentos, de nuestra
vida de oración, de nuestra preocupación por formarnos permanentemente y, en
última instancia, de dar ejemplo de vida de santidad con obras más que con
palabras-, si una vez encendidos, es decir, una vez bautizados, permanecemos
debajo de una cama, sin alumbrar, o si permanecemos en el candelero, iluminando
este mundo que vive “en tinieblas y sombras de muerte”.
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