“A esta generación no se le dará otro signo” (Mc
8, 11-13). Los fariseos le piden a Jesús un signo del cielo para creer en Él,
pero Jesús les responde que “no se les dará ningún signo”. La razón es que no
es que no se les hayan dado signos o milagros, como para convencerlos de que Él
es Dios, que Él es el Mesías que viene del cielo: por el contrario, se les han
dado innumerables signos que indican que Él es el Mesías al cual esperan y del
cual hablan los profetas, pero los fariseos son obstinados y enceguecidos y no
quieren ver, porque no se trata de que no se han dado cuenta, sino de que se
han dado cuenta, pero han rechazado los signos que Jesús ha hecho, sus innumerables
milagros, como resucitar muertos, multiplicar panes y peces, curar enfermos,
expulsar demonios. Los fariseos son obcecados y voluntariamente cierran sus
ojos espirituales para no ver los signos que da Jesús.
Por último, no se les dará un signo, porque además de
los signos o milagros que Jesús ha hecho, el mayor signo es Él mismo, Él, Jesús
de Nazareth en Persona, es el signo más claro y evidente de que el Reino de
Dios ha venido a los hombres y de que Él es el Mesías al que han esperado
durante siglos. Pero como los fariseos, los escribas, los doctores de la ley,
permanecen en su obstinación y en su ceguera, no quieren reconocer que Jesús es
el Mesías y por eso piden un signo y Jesús les dice que “no les será dado”.
De manera análoga, sería como pedirle a la Iglesia
Católica “un signo” que demostrase que Ella es la Verdadera Iglesia de Dios y tampoco
se les daría ningún signo, porque ya los signos que la Iglesia da -los Sacramentos
y el principal de todos, la Eucaristía-, demuestran que la Iglesia Católica es
la Única y Verdadera Iglesia del Único y Verdadero Dios.
No repitamos los errores de los fariseos y no pidamos
a la Iglesia signos que no serán dados; por el contrario, centremos la mirada
del espíritu y del corazón en el Signo o Milagro por excelencia, la Sagrada Eucaristía,
el signo que nos conduce al Reino de Dios.
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