(Ciclo
B – 2024)
El Miércoles de Ceniza es el primer día de Cuaresma en
el calendario litúrgico católico[1]. En él se lleva a cabo el
rito característico de esta celebración litúrgica, que es la imposición de las
cenizas (las cuales se obtienen de la incineración de los ramos bendecidos el
Domingo de Ramos del año anterior).
¿Por qué se imponen las cenizas? Porque las cenizas
recuerdan a algo que fue y que ya no es; recuerdan a algo que era y dejó de
ser; en este caso, recuerdan y son el signo de la caducidad o fecha de fin de
la condición humana ya que es por todos sabido que luego de la muerte corporal,
el cuerpo, sin alma que le concede vida, se reduce con el tiempo a cenizas,
incluyendo las estructuras más duraderas del cuerpo, como los huesos.
El
rito penitencial de la Iglesia Católica, de imponer las Cenizas, iniciando así
el período litúrgico de la Cuaresma, se origina en el Antiguo Testamento, en
donde los hebreos, cuando se arrepentían de sus pecados y querían obtener un
favor de Dios, se echaban encima cenizas, además de hacer ayuno y penitencia. Las
Cenizas son también en la Iglesia Católica signo de conversión, de cambio
del corazón, de deseo de dejar de mirar hacia abajo, hacia las cosas de la
tierra, para comenzar a elevar la vista hacia las cosas del Cielo, hacia la
vida eterna en el Reino de los cielos.
La
imposición de las cenizas nos recuerda que nuestra vida en la tierra es
pasajera, que nuestro cuerpo, al que tanto cuidamos y al que tanto prestamos
atención, sin dejarlo pasar hambre, atendiéndolo en cuanto hay alguna
enfermedad, terminará un día sepultado en la tierra y reducido a cenizas;
además, nos recuerda la imposición de Cenizas que nuestra vida definitiva no es
esta vida, sino la vida eterna en el Reino de Dios y que para que nuestra vida
continúe en el Reino de Dios, debemos convertirnos y cambiar de vida ya, desde
ahora. De allí una de las oraciones que se pronuncian en la imposición de
cenizas: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. Nuestro cuerpo quedará
reducido a polvo, a cenizas, mientras nuestra alma será llevada ante la
Presencia de Dios para recibir el Veredicto Final, el Cielo o el Infierno,
según nuestras obras libremente realizadas, hayan sido buenas o malas,
respectivamente y si hayamos muerto en gracia o en pecado mortal.
Otra
oración que se dice al imponer las Cenizas es: “Arrepiéntete y cree en el
Evangelio”, es decir, las cenizas nos recuerdan que debemos arrepentirnos de
nuestros malos pensamientos, de nuestros malos deseos, palabras y obras y que
debemos creer verdaderamente en el Evangelio, pero creer no de una forma superficial,
en donde lo que dice el Evangelio no es normativo para mi vida, sino creer de
tal manera que el Evangelio sea la luz que guíe mis pasos hacia la feliz
eternidad. La verdadera conversión no es un simple deseo vago de querer vaga y
generalmente ser mejores, sino en tomar la firme resolución de llevar, en
adelante, una vida cristiana, lo cual quiere decir llevar permanentemente en la
mente y en el corazón la Ley de Dios, recibir sus Sacramentos con frecuencia,
alimentarnos de la Eucaristía, obrar la misericordia y alejarnos no solo del
pecado, sino de las ocasiones que llevan al pecado, de manera de estar en permanente
estado de preparación para la vida eterna en el Reino de los cielos.
La
imposición de Cenizas no es un rito meramente cultural, sino profundamente
espiritual; no nos quita nuestros pecados, porque para ello tenemos el
Sacramento de la Reconciliación. Es un signo externo de verdadero arrepentimiento
interno, de no haber llevado una vida cristiana o de haber llevado una vida
cristiana tibia, sabiendo que Cristo vomitará a los tibios de su boca en el
Juicio Final; es un signo de penitencia, pero sobre todo es un signo de
conversión, de querer cambiar el corazón y dejar de ser atraídos por las cosas
bajas de este mundo, para ser atraídos por la Luz Eterna que es Cristo. Nos debe
servir para reflexionar cómo es nuestra vida personal en relación a Jesucristo:
si Jesucristo es para nosotros “un fantasma”, tal como lo confundieron los
discípulos en la barca, cuando venía caminando sobre las aguas, o si es
verdaderamente Quien Es, el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, que
me ha elegido y me ha predestinado al Reino de los cielos y que para eso me pide
que todos los días cargue mi cruz, me niegue a mí mismo en mis vicios y pecados
y lo siga a Él por el Via Crucis, por el Camino Real de la Cruz. Debe servirnos
para reflexionar y para hacer un examen de conciencia, para confesar nuestros
pecados, que son los que nos apartan de Él y para que nos decidamos de una vez
por todas a vivir la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia.
[1] Recordemos que el Miércoles de Cenizas
y el Viernes Santo son días de ayuno y abstinencia. La abstinencia obliga a
partir de los 14 años y el ayuno de los 18 hasta los 59 años. El ayuno consiste
hacer una sola comida fuerte al día y la abstinencia es no comer carne. Este es
un modo de pedirle perdón a Dios por haberlo ofendido y decirle que queremos
cambiar de vida para agradarlo siempre.
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