(Domingo
III - TO - Ciclo B – 2024)
“Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 14-20). ¿Qué significan estas
dos acciones, “convertirse” y “creer en el Evangelio”?
“Convertirse”, quiere decir llamar a las cosas por su
nombre, o también, llamar a las cosas tal como son en su ser, en su esencia y
no según como el hombre en pecado las ve. Es decir, las cosas, en su ser,
tienen un nombre que las define y las define en el bien o en el mal, sin
posibilidad de que exista un intermedio o una posición neutral o indiferente. El
hombre que no conoce ni teme a Dios, o peor todavía, el hombre tibio, el hombre
que alguna vez conoció a Dios pero decidió darle la espalda en su existencia, para
su vida diaria, nombra a las cosas no según el ser de las cosas, no según la
esencia de las cosas, sino según cómo él, el hombre, con su corazón perverso y
contaminado con el pecado, las ve. Porque sin el auxilio divino, sin el auxilio
de la gracia, el hombre se sumerge en la oscuridad de su propia razón y con esa
oscuridad, con esa luz oscura que es su razón sin la gracia santificante, ilumina,
por así decirlo, con esta luz oscura -paradójicamente- las cosas, la
existencia, y así invierte toda su cosmovisión, creándose un mundo invertido,
un mundo oscuro y siniestro, un mundo sin luz, que es contrario al mundo luminoso
en el que viviría de continuo si, en vez de dar las espaldas a Dios se
convirtiera a Dios, es decir, si volviera hacia Dios, de rodillas ante Cristo
crucificado, con un corazón contrito y humillado, lleno de piedad, de fe, de
humildad y de amor, para así recibir de Él, de su Sagrado Corazón la luz de su
gracia y con la luz de la gracia divina sería capaz de llamar a las cosas por
su nombre, empezando por él mismo y así su cosmovisión, su mundo, sería no un
mundo de tinieblas, sino un mundo iluminado con la luz y el Amor Divinos.
Convertirse
entonces significa llamar a las cosas por su nombre y no según las pasiones
depravadas del hombre sin Dios: así, la fornicación sería lo que es, el tener
relaciones sexuales fuera del matrimonio con cualquier persona y no como el
mundo progresista y liberal lo presenta, una forma “normal” de relación entre los
seres humanos; la “pareja” sería lo que es, una unión sumamente débil, que
jamás puede ser equiparada al matrimonio, porque carece justamente de lo que posee
el matrimonio, la santidad, la sacralidad de Cristo y el sello de su Sangre que
une a las almas en el Divino Amor y por eso hace de las dos almas una sola,
unidas en el Amor de Cristo; el amor esponsal derivado del sacramento del matrimonio
jamás sería considerado en igualdad de condiciones con el concubinato, es
decir, la relación marital de dos personas sin estar casadas; la conversión
permite apreciar la hermosura de la pureza de cuerpo y alma y permite al mismo
tiempo aborrecer la impureza del cuerpo, pecado al que incita Asmodeo, Demonio
de la lujuria, y también hace aborrecer la impureza del alma, la herejía, el
error en la fe, que es la abominación de la desolación y un pecado peor que la
brujería y la hechicería. Con estos ejemplos, podríamos seguir hasta el
infinito, el amor verdadero al Dios verdadero se demostraría en la adoración a la
Santa Cruz y a Jesús Eucaristía y no en la idolatría, en la adoración de ídolos
paganos como la Pachamama, la Santa Muerte o el Gauchito Gil; no habría olvido
de los progenitores y desamor hacia ellos, para llevar una vida de comodidad y
desatención, sino un amor sincero, filial, que brota del corazón agradecido por
ser ellos quienes nos dieron la vida, más allá de los errores que en algún
momento pudieran haber cometido.
Convertirse
quiere decir entonces llamar a las cosas según la ley de Dios y no según las
pasiones malsanas y depravadas del corazón humano, corazón infectado por el pecado
original y por lo tanto inclinado al mal y a la concupiscencia.
Por
último, ¿qué quiere decir “creer en el Evangelio”? “Evangelio” significa en
griego “Buena Noticia”, entonces nos preguntamos de qué “Buena Noticia” se trata:
es la “Buena Noticia” de la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el Verbo
Eterno del Padre, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth en
el seno santísimo de la Madre de Dios, María Santísima, por obra del Espíritu Santo,
para redimirnos, para salvarnos del pecado, de la muerte, del demonio, de la
segunda muerte, es decir, del infierno, y para concedernos la participación en
su filiación divina por medio de la gracia santificante, para que al final de
nuestro transcurrir por nuestro paso en la tierra, seamos llevados al Reino de
los cielos. Pero para eso, es necesaria previamente la conversión; de ahí que
no se casual el orden de las dos acciones: primero la conversión, preparando
así el alma para la acción de la gracia santificante y luego el creer en el
Evangelio, para que la gracia santificante nos conduzca, en medio del peregrinar
por el desierto, las tentaciones y las tribulaciones de esta vida, por medio de
la Santa Cruz, al Reino de Dios.
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