“El que quiera seguirme, cargue su cruz y me siga”
(cfr. Lc 8, 22-25). Jesús da las condiciones para quien quiera ser
discípulo suyo: “El que quiera venir detrás de Mí, que renuncie a sí mismo, que
cargue con su cruz de cada día y me siga”.
Una primera condición para ser discípulo de Jesús es “querer”
ser discípulo de Él, por eso Jesús dice: “El que quiera”. El seguimiento de
Jesús es por amor, por elección libre del alma a la Persona de Jesús de
Nazareth; nadie puede ser discípulo en contra de su voluntad; nadie puede ser
discípulo a la fuerza, así como nadie entrará en el Reino de los cielos si no
quiere entrar. En esta primera condición para ser discípulos de Él, Jesús nos
demuestra no solo cuánto nos ama, sino también cuánto respeta nuestra libertad,
nuestro libre albedrío, porque no nos obliga a seguirlo, sino que deja a la
libre elección de la persona el seguirlo o no y esta libre elección, a su vez,
debe estar basada en el amor sobrenatural a Jesús de Nazareth. Dios nos ama
libremente, no a la fuerza; quien quiera seguir a Dios Encarnado, Jesús de
Nazareth, también debe hacerlo libremente y no a la fuerza.
La segunda condición es la “renuncia a sí mismo” y
esto quiere decir renunciar a nuestro hombre viejo, al hombre dominado por las
pasiones sin control, al hombre que se deja arrastrar por las cosas bajas del
mundo; al hombre que vive “de pecado en pecado”, como dice San Ignacio de
Loyola. Seguir a Jesús implica negarnos en nuestros pecados, vicios, malicias;
significa negarnos en la ira, en la pereza, en la gula, en la avaricia y así
con todo lo malo. Pero para negarnos a nosotros mismos, debemos saber que somos
lo opuesto a Jesús y que nuestro objetivo es asemejarnos a Jesús, para lo cual
debemos negarnos en nuestra malicia y trabajar espiritualmente para asemejarnos
a Cristo, modelo perfectísimo y fuente inagotable de vida sobrenatural
cristiana.
La última condición, es la de “cargar la cruz de cada
día y seguirlo” por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis. Con mucha
frecuencia nos quejamos de la Cruz, cuando debemos hacer un pequeño esfuerzo, o
un sacrificio, o una penitencia, o simplemente sobrellevar con paciencia y
caridad aquello que humanamente nos sobrepasa, pero en vez de eso, renegamos de
la Cruz y suplicamos a Dios que nos la quite cuanto antes, sin darnos cuenta de
que Dios nunca da una Cruz más grande que la seamos capaces de llevar y que si
nos da una Cruz, nos da al mismo tiempo la gracia más que necesaria para
llevarla; también nos olvidamos que en realidad, quien lleva nuestra Cruz es Él
mismo.
Al iniciar la Cuaresma, renovemos el propósito de
seguir a Jesucristo por el Camino Real de la Cruz, negándonos a nosotros mismos
y cargando la Cruz, que nos lleva al Calvario y del Calvario, al Cielo.
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