“Jesús
cura un sordomudo” (Mc 7, 3-37). Al atravesar la región de la Decápolis, le
presentan a Jesús a un sordomudo, pidiéndole que le imponga las manos; Jesús
así lo hace y el sordomudo queda curado inmediatamente. El episodio tiene dos
niveles, por así decir, de explicación: por un lado, el nivel meramente
corporal, ya que el sordomudo lo es probablemente desde nacimiento, por una
afección congénita y Jesús, con su poder divino, cura su cuerpo, restituyendo
las funciones del oído y del habla. El segundo nivel es el espiritual, porque
el hombre, como consecuencia del pecado original, nace como sordo y mudo frente
al Evangelio, frente a la Nueva Noticia de Jesús como Redentor de los hombres y
esto también es sanado por Jesús. En otras palabras, Jesús concede al sordomudo
un doble milagro, un milagro corporal, devolviéndole las funciones corporales
de la audición y del habla y un milagro espiritual, mediante las cuales puede
escuchar y proclamar el Evangelio.
Si
prestamos atención, esta misma acción de Jesús, de imponer las manos sobre los
oídos y los labios del sordomudo, son las que realiza el sacerdote cuando lleva
a cabo el Sacramento del Bautismo, por el motivo que dijimos anteriormente: todo
ser humano, por causa del pecado original, nace sordo y mudo ante la realidad del
misterio de la Redención y por medio de la gracia recibida en el Bautismo
sacramental, en donde el sacerdote ministerial realiza la señal de la cruz en
los labios y en los oídos del bauitizando, es curado o sanado de esta “sordomudez
espiritual”, volviéndolo apto para escuchar el Evangelio y para proclamarlo
luego, con la edad de la razón. ¿Por qué no todos los cristianos, habiendo
recibido la curación de su sordomudez espiritual, proclaman la Verdad del
Evangelio? Es un misterio, pero en gran medida depende de la libertad de cada
uno, que prefiere seguir siendo, por así decirlo, sordo y mudo espiritual ante
la novedad del Evangelio de Jesucristo, antes que proclamarlo con toda su vida.
Recordemos entonces que en el Bautismo hemos recibido un milagro inmensamente
mayor que el milagro recibido por el sordomudo del Evangelio, porque nuestros
labios y oídos han sido sanados, abiertos a la proclamación del Evangelio por
la gracia bautismal y hagamos el propósito de dar testimonio de Cristo Jesús,
todos los días, más que con palabras, con obras de misericordia y con testimonio
de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario