(Domingo V - TO - Ciclo B – 2024)
“Recorrió
toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios” (Mc
1, 29-39). En el párrafo del Evangelio de hoy, entre las actividades de Nuestro
Señor Jesucristo, hay una que el Evangelio repite desde el principio al fin: expulsar
demonios. Otras actividades son, orar, curar enfermos y predicar, pero la
expulsión de demonios se repite desde el inicio hasta el fin. Es llamativa la
insistencia del Evangelista, quien insiste en remarcar la actividad exorcista
de Jesús, además de la curación de enfermos y esto se contrarresta con lo que
sucede hoy, en donde el demonio ha hecho creer a los hombres, o que no existe,
o que sí existe y que es bueno y que puede conceder lo que se le pida si se le
rinde adoración.
Pero no es esto lo que nos dice Nuestro Señor, la
Iglesia y los santos, que nos advierten del peligro que significa el no creer
en la existencia del diablo y, peor aún, en ser su servidor y adorador, porque
para esta clase de personas, está reservado el destino eterno de los castigos
del infierno. Innumerables santos nos advierten de la existencia del Infierno y
de que no está vacío, sino ocupado con ángeles caídos y con almas condenadas. Solo
por citar un ejemplo, escuchemos el relato de Santa Verónica Giuliani, quien
describe así una experiencia mística que tuvo cuando, en vida terrena, fue
llevada al Infierno para que diera testimonio de su existencia. Dice así la
santa: “En
un momento, me encontré en un lugar oscuro, profundo y pestilente; escuché
voces de toros, rebuznos de burros, rugidos de leones, silbidos de serpientes,
confusiones de voces espantosas y truenos grandes que me dieron terror y me
asustaron. También vi relámpagos de fuego y humo denso. ¡Despacio! que todavía
esto no es nada. Me pareció ver una gran montaña como formada toda por mantas
de víboras, serpientes y basiliscos entrelazados en cantidades infinitas; no se
distinguía uno de las otras. Se escuchaba por debajo de ellos maldiciones y
voces espantosas. Me volví a mis Ángeles y les pregunté qué eran aquellas
voces; y me dijeron que eran voces de las almas que serían atormentadas por
mucho tiempo, y que dicho lugar era el más frío. En efecto, se abrió enseguida
aquel gran monte, ¡y me pareció verlo todo lleno de almas y demonios! ¡En gran
número! Estaban aquellas almas pegadas como si fueran una sola cosa y los
demonios las tenían bien atadas a ellos con cadenas de fuego, que almas y
demonios son una cosa misma, y cada alma tiene encima tantos demonios que
apenas se distinguía. El modo en que las vi no puedo describirlo; sólo lo he
descrito así para hacerme entender, pero no es nada comparado con lo que es. Fui
transportada a otro monte, donde estaban toros y caballos desenfrenados los
cuales parecía que se estuvieran mordiendo como perros enojados. A estos
animales les salía fuego de los ojos, de la boca y de la nariz; sus dientes
parecían agudísimas espadas afiladas que después reducían a pedazos todo
aquello que les entraba por la boca; incluso aquellos que mordían y devoraban
las almas. ¡Qué alaridos y qué terror se sentía! No se detenían nunca, fue
cuando entendí que permanecían siempre así. Vi después otros montes más
despiadados; pero es imposible describirlos, la mente humana no podría nunca
nuca comprender. En medio de este lugar, vi un trono altísimo, larguísimo,
horrible ¡y compuesto por demonios! Más espantoso que el infierno, ¡y en medio
de ellos había una silla formada por demonios, los jefes y el principal! Ahí es
donde se sienta Lucifer, espantoso, horroroso. ¡Oh Dios! ¡Qué figura tan
horrenda! Sobrepasa la fealdad de todos los otros demonios; parecía que tuviera
una capa formada de cien capas, y que ésta se encontrara llena de picos bien
largos, en la cima de cada una tenía un ojo, grande como el lomo de un buey, y
mandaba saetas ardientes que quemaban todo el infierno. Y con todo que es un
lugar tan grande y con tantos millones y millones de almas y de demonios, todos
ven esta mirada, todos padecen tormentos sobre tormentos del mismo Lucifer. Él
los ve a todos y todos lo ven a él. Aquí, mis Ángeles me hicieron entender que,
como en el Paraíso, la vista de Dios, cara a cara, vuelve bienaventurados y
contentos a todos alrededor, así en el infierno, la fea cara de Lucifer, de
este monstruo infernal, es tormento para todas las almas. Ven todas, cara a
cara el Enemigo de Dios; y habiendo para siempre perdido Dios, y no tenerlo
nunca, nunca más podrán gozarlo en forma plena. Lucifer lo tiene en sí, y de él
se desprende de modo que todos los condenados participan de ello. Él blasfema y
todos blasfeman; él maldice y todos maldicen; él atormenta y todos atormentan. -
¿Y por cuánto será esto?, pregunté a mis Ángeles. Ellos me respondieron: - Para
siempre, por toda la eternidad. ¡Oh Dios! No puedo decir nada de aquello que he
visto y entendido; con palabras no se dice nada. Aquí, enseguida, me hicieron
ver el cojín donde estaba sentado Lucifer, donde eso está apoyado en el trono.
Era el alma de Judas. Y bajo sus pies había otro cojín bien grande, todo
desgarrado y marcado. Me hicieron entender que estas almas eran almas de
religiosos; abriéndose el trono, me pareció ver entre aquellos demonios que
estaban debajo de la silla una gran cantidad de almas. Y entonces pregunte a
mis Ángeles: - ¿Y estos quiénes son? Y ellos me dijeron que eran Prelados,
Jefes de Iglesia y de Superiores de Religión. ¡Oh Dios!!!! Cada alma sufre en
un momento todo aquello que sufren las almas de los otros condenados; me
pareció comprender que ¡mi visita fue un tormento para todos los demonios y
todas las almas del infierno! Venían conmigo mis Ángeles, pero de incógnito
estaba conmigo mi querida Mamá, María Santísima, porque sin Ella me hubiera
muerto del susto. No digo más, no puedo decir nada. Todo aquello que he dicho
es nada, todo aquello que he escuchado decir a los predicadores es nada. El
infierno no se entiende, ni tampoco se podrá aprender la acerbidad de sus penas
y sus tormentos. Esta visión me ha ayudado mucho, me hizo decidir de verdad a
despegarme de todo y a hacer mis obras con más perfección, sin ser descuidada.
En el infierno hay lugar para todos, y estará el mío si no cambio vida. ¡Sea
todo a gloria de Dios, según la voluntad de Dios, por Dios y con Dios!”[1]. De esto se deduce porqué
el Evangelista se detiene en el relato de los exorcismos de Jesús y porqué
Jesús realiza exorcismos y porqué nos advierte acerca del peligro mortal que
implica para nuestras almas no obedecer la Ley de Dios, porque quien no ama y
cumple la Ley de Dios, tiene ya puesto un pie en el Abismo en donde no hay
Redención, el Infierno.
¡ Dios mío, Uno y Trino!, ¡ líbranos del fuego del infierno , lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita
ResponderEliminarmisericordia! Amén