“Has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la
gente sencilla” (Mt 11, 25-27). Jesús agradece al Padre el haber “escondido”
las enseñanzas divinas a los “sabios del mundo” y en cambio se las ha dado a
conocer a los “sencillos”. ¿Cuáles son las enseñanzas divinas? Todo lo que está
contenido en las Sagradas Escrituras y principalmente las enseñanzas de Jesús,
sus milagros, sus signos, sus prodigios y sobre todo el consejo de Jesús: “Quien
quiera seguirme, que tome su cruz de cada día y venga en pos de Mí”. Estas enseñanzas
divinas están ocultas a los “sabios del mundo”, es decir, a aquellos para
quienes -como el incrédulo Tomás- sólo es realidad lo que se puede percibir por
los sentidos, lo que puede ser medido, pesado, tocado, probado. No hace falta
ser un científico de una prestigiosa universidad para entrar en la categoría de
“sabio del mundo”: se puede ser una persona ignorante incluso de las ciencias
terrenas, pero que se muestra también ignorante de las ciencias divinas, al
negar todo aquello que no se puede ver, como por ejemplo, la Presencia real, verdadera
y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.
“Has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la
gente sencilla”. Como católicos, tenemos la dicha de haber recibido las
enseñanzas divinas, contenidas en las Sagradas Escrituras. Sin embargo, de nosotros
depende comportarnos como necios, es decir, como “sabios del mundo”, si
rechazamos estas enseñanzas recibidas en el Catecismo, o si nos comportamos
como los pequeños y “sencillos” del Evangelio, que son felices porque “creen
sin ver”.
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